Al llegar al hospital, Sergio se ocupó de los trámites mientras Rubén subía directo a la habitación. Liliana ya le había quitado las sondas a su paciente, y solo esperaban que él trajera la ropa para terminar de alistarla.
Rosanna lo recibió con una sonrisa suave; el analgésico aún nublaba su mirada, y su voz sonaba más pausada de lo habitual.
—¿Quieres que te ayude? —ofreció Rubén al notar que ella observaba las prendas como si fueran un acertijo indescifrable.
—¡No! No… yo… yo puedo… me vestiré en el baño —balbuceó, escandalizada, como si la sola idea de desnudarse frente a él fuera un pecado imperdonable.
—Cariño, llevamos más de seis años de matrimonio y tenemos una hija. Créeme, he visto tu cuerpo desnudo muchas veces.
La voz de Rubén descendió una octava, tornándose grave y seductora; el efecto fue inmediato, su esposa jadeó y se estremeció. Una mujer adulta transformada en una adolescente torpe, sonrojada hasta las orejas, con una expresión tan mortificada que Liliana, compadec