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–Adelante –le dijo Pablo a Marize después de abrir la puerta de su residencia.

–¿Está bien que deje mis sandalias aquí? –Marize señaló un rincón entre la puerta y la pared– No es bueno meter a la casa de nadie la suciedad que traes de las calles…

–Tienes razón, lo triste es que en mi país nadie lo hace y allá las calles están bien sucias –dijo Pablo, mientras dejaba sus zapatos junto a las sandalias de la rubia.

–Aquí también lo son, sobre todo los domingos en la mañana. Si vas por ahí, te puedes encontrar muchas latas de cerveza y botellas vacías de licor de los borrachos de la noche anterior.

–Pero no se compara, en Bogotá puedes ver todo tipo de basuras, cualquier día y en cualquier calle, pero no hablemos de esos temas feos…

–Tienes razón, especialmente en una casa tan bonita en donde vive alguien muy bonito –Marize le dirigió una cautivadora sonrisa.

–Gracias por el halago, pero siéntate mientras te traigo algo de tomar –Pablo le señaló el s
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