Emilia apenas podía creer tal descarto. Se sentía furiosa y no deseaba que su madre la viera en tal estado. Decidió quedarse en el jardín por algún rato, intentando calmarse.
Fue así hasta que una vez más escucho como alguien la llamaba.
—Emilia.
—Alexander —respondió aun sin voltear a verlo y es que le resultaba imposible no saber que se trataba de él.
Tal noción quedó más que comprobada cuando se dio la vuelta y lo vio.
—Tenemos que hablar —anuncio este.
—Tal parece que todo el mundo quiere hablar conmigo hoy —comento con fastidio, pues aquel día acababa de comenzar y ya se sentía exhausta.
—¿A que te refieres? —deseo entender aquel comentario.
—No importa, ahora no estoy de humor para ver a nadie. Lo mejor era que te marches —le aseguro mientras emprendía el camino hacia el interior de la casa, deseando evitarlo.
Por desgracia, Alexander no se encontraba dispuesto a ceder y la siguió.
—Eso no me interesa. Tenemos y vamos a hablar ya sea que lo quieras o no —sentencio.
—Vamos al