—¡Alejandro Guzmán!
—Está bien, ya entendí. —Él alzó ambas manos en señal de rendición—. Te prometo que me voy cuando termines de ducharte y te acuestes. El baño está resbaloso y prefiero quedarme para asegurarme de que no te pase nada.
¡Qué atento!
Luciana, molesta, se giró con un movimiento brusco y se metió a la habitación.
No pasó mucho tiempo antes de que, al salir de la ducha, se encontrara a Alejandro esperando con una toalla limpia. Sin darle oportunidad de replicar, él se adelantó:
—Deja que te seque el cabello y me voy. Si mantienes los brazos arriba tanto rato, te agotas.
—Tch. —Luciana lo miró con frialdad—. ¿Sabes qué? Pareces un chicle.
Se refería a que se le estaba pegando demasiado, imposible de sacudir.
—Ajá. —Alejandro no se dio por ofendido, esbozó una sonrisa—. Me encanta esa clase de elogios.
Luciana arqueó las cejas con expresión incrédula.
—¿Elogio?
—Anda, ven. Te seco el pelo y así puedes dormir.
Luciana cerró los ojos y optó por ignorarlo, resignándose a que hi