Una vez tras la puerta, se inclinó contra el lavabo, empapado en sudor y con las venas latiendo furiosas. Solo pensar en Luciana tan vulnerable en sus brazos le hacía hervir la sangre.
—Alejandro… ¡qué animal eres! —se reprochó, golpeando el espejo con la mirada—. Ella está enferma y aún así…
Después de media hora, regresó. Para entonces el hotel ya había llevado los paquetes de hielo y la miel que solicitó. Alejandro colocó cuidadosamente una bolsa de hielo en la frente de Luciana y, con una cuchara, empezó a darle la bebida caliente sorbo a sorbo.
Enferma, Luciana se mostraba más dócil de lo normal. Bebía sin protestar, colaboraba para las compresas de alcohol… Lo que la hacía mejorar, sin embargo, agotaba a Alejandro. Pero su dedicación surtía efecto. Hacia la mitad de la noche, Luciana ya no se sentía tan mal y se quedó dormida, recostada contra las almohadas. Sus pestañas, húmedas por algunas lágrimas de fiebre, le daban un aire frágil.
Alejandro, por fin, pudo respirar hondo y se