—Eso sí ya no lo sé —Luciana negó con la cabeza—. Puede ser.
A Martina le pareció otra cosa: no le sonó a colega, sino a novia. Habían hablado con una naturalidad y una cercanía que en un trato de trabajo no se sentían.
“¿Salvador por fin tiene novia?”, pensó.
No era imposible. Había estado solo más de un año, pero ahora todo había cambiado: ella ya lo había rechazado con claridad. Si él quería empezar algo nuevo, era totalmente válido.
—¿Martina? —Luciana le pasó una mano por delante de los ojos—. ¿En qué andabas? Te me fuiste.
—¿Mm? —Martina volvió en sí y sonrió—. En nada. El sándwich está buenísimo.
—Prueba el café. Está de lujo.
Al terminar el desayuno, Luciana llevó a Martina a elegir ropa de equitación. Para Luciana no era la primera vez —Alejandro ya la había traído dos veces—; tenía un conjunto hecho a medida. Solo faltaba escoger el de Martina.
—Este —dijo Luciana—. Pruébatelo y te veo.
—Va.
Martina tomó el conjunto y entró al vestidor. En eso sonó el celular de Luciana: era