No fue un arrebato. No decidió ir a Toronto por impulso.
Alejandro era el padre biológico de Alba; solo por ese lazo, no podía quedarse de brazos cruzados. Y además, Enzo estaba en Toronto: tenía contactos, aunque fueran justo los que menos quería tocar. Pero en un momento así, ¿qué importaban el orgullo y los reparos?
Fernando entendió y, aun así, se atoró:
—¿“Conocidos”… qué clase de gente?
—Esto… —Luciana dudó—. Después te cuento con calma, ¿sí?
¿Podía él decir que no? En realidad, si Luciana quería ir, no necesitaba pedirle permiso: era libre de moverse. Pero aun así, le pedía su opinión.
—¿Quieres que te acompañe? —Fernando estaba hecho un nudo, y a la vez, no quería dejarla sola.
—No hace falta. —Luciana negó—. Voy a estar segura en Toronto.
Enzo no la dejaría desprotegida. Lucy tampoco.
Sabía que pedirle esto a Fernando no era justo. Pero saber que Alejandro estaba en un infierno y no hacer nada… no podía. Mil pensamientos la cruzaban y ninguno traía una respuesta perfecta. “Ent