Salvador le llevaba seis años a Martina. Al verla con las cejas en punta, se apresuró:
—No te aceleres. Es idea de ellos, no mía.
La rodeó con los brazos y la calmó con suavidad.
—No he pensado en tener hijos tan pronto, de verdad… Lo que te dije de vivir dos años nuestro “mundo de dos”, va en serio. No te mentí.
—¿Y esto…? —Martina señaló el tazón sobre la mesa.
—Esto… —Salvador lo pensó—. Poner el cuerpo a punto no te obliga a nada. Tener o no tener será decisión nuestra. Y cuidarte nunca está de más, ¿cierto?
Tenía sentido. Además, era un gesto de su suegra; seguro ese tónico tampoco era barato.
—Está bien.
De carácter más bien dócil, Martina tomó el tazón y probó un sorbo.
—Mmm… —frunció de inmediato—. ¡Qué amargo!
—¿Amargo? —Salvador le quitó el cuenco, probó y también hizo una mueca—. Amarguísimo.
Martina creyó que él la convencería de terminarlo, pero Salvador negó en seco:
—No lo bebas.
Con el estómago como lo tenía, ese brebaje podía caerle peor.
—¿Y entonces? —se alarmó Marti