Mateo la empujó mientras contestaba la llamada.
Lucía estaba a su lado, así que escuchó todo con claridad: —Mateo, tengo muchísimo miedo... ¿puedes venir? Creo que volví a ver a Karen, ¡ah...! —Después del grito aterrorizado de Camila, solo se escucharon los pitidos intermitentes de llamada terminada.
Mientras guardaba apresurado el celular, Mateo le ordenó al conductor: —Primero llévame al hospital, luego lleva a Lucía a Vista Hermosa —su tono no admitía réplica.
—Entendido —el conductor siguió atento sus instrucciones y cambió enseguida de ruta. En menos de cuarenta minutos, estacionó frente a la entrada del hospital.
Mateo miró de reojo a Lucía, que permanecía allí tan tranquila sentada a un lado, y dijo con frialdad: —Volveré más tarde y espero verte cuando regrese —no era una súplica, sino una orden. Tras decir esto, se dio la vuelta y se marchó.
Aquella alta y fría silueta que quedó grabada en los ojos de Lucía le lastimaba la vista y le desgarraba el corazón; en un instante, se