—¡Tengo dinero, no me lastimen!
Lucía estaba empapada en sudor, sintiéndose completamente mojada mientras jadeaba desesperadamente, pronunciando lo primero que se le vino a la mente para salvaguardar su vida. Cuando su vista se aclaró, observó su entorno: estaba en una habitación desordenada con las manos atadas, y al reconocer a la persona frente a ella, palideció.
—Tío —murmuró.
Diego la miró con frialdad.
—¿Ahora sí me llamas tío?
Lucía no esperaba que llegara a este extremo, capaz de secuestrarla sin importarle nada. Sin hacerse ilusiones de que mostrara alguna compasión, preguntó directamente:
—¿Qué necesitas para dejarme ir?
—Acabas de decir que tienes dinero —señaló Diego, mostrándole una tarjeta—. ¿Esta tarjeta tiene fondos?
Era la tarjeta que Mateo le había dado.
—Sí, tiene dinero.
El rostro de Diego se iluminó con una sonrisa codiciosa.
—¿Cuánto?
—Si te lo doy, ¿me dejarás ir? —preguntó Lucía.
Cuando estaba a punto de responder, una voz interrumpió:
—¡No!
Lucía miró hacia la