Si ella no lo aceptaba, Carolina lo haría, y no podía ir contra su voluntad, así que definitivamente no sería la villana en esta historia.
Pasado un rato, sonaron unos golpes en la puerta.
Karen, en su habitación, preguntó al oír el ruido:
—¿Quién es?
—Soy yo, Camila.
Karen dudó un momento, pero finalmente abrió la puerta.
Camila estaba parada en el umbral con un tazón de sopa en las manos y le sonrió amablemente:
—Como no bajaste, te he traído un poco de sopa. La preparó la señora y huele muy bien.
—No tengo mucha hambre —respondió Karen.
Camila dejó la sopa sobre la mesa y, volviéndose hacia ella, preguntó:
—¿Has perdido el apetito porque me viste llegar?
Karen se apresuró a responder:
—No, no es eso, no pienses cosas raras.
—Me alegro —dijo Camila, tomándole la mano con gesto cariñoso—. Eres joven, puedes llamarme hermana. Si necesitas cualquier cosa, solo dímelo. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.
Su calidez dejó a Karen algo desconcertada:
—Yo...
—No seas tímida. Soy