Capítulo 8 —La casa
Narrador:
Nadia despertó desorientada, envuelta en el calor de una cama que no era suya. Le tomó unos segundos recordar dónde estaba. La casa deshabitada, el refugio que había encontrado cuando no tenía otro lugar a dónde ir. Se había colado porque parecía abandonada, silenciosa, como si nadie la reclamara. Un escondite perfecto.
Vestida solo con una sudadera holgada que le llegaba justo al borde de las piernas, bajó las escaleras con la intención de prepararse un café. El suelo frío contra sus pies descalzos le arrancó un escalofrío, pero nada la preparó para la visión que la esperaba al entrar en la cocina.
Su cuerpo se congeló al instante. Massimo D’Amato estaba allí. De pie, junto a la encimera, con una taza de café en la mano como si ese lugar le perteneciera. Porque le pertenecía.
Nadia sintió que la sangre se le helaba en las venas y luego, en cuestión de segundos, hirvió de pánico.
—¿Qué demonios haces aquí? —su voz salió más ronca de lo que esperaba, su re