De él no le sorprendería.
—Le pedí que te protegiera… —intentó justificarse Alejandro.
—¿Protegerme? —soltó una carcajada fría—. O sea, brindar “protección” sin mi consentimiento. Vaya generosidad.
—Luciana…
—Y dime: ¿de qué peligro me protege tu escolta personal? —arremetió ella, sin disimular el enojo.
Alejandro no pensaba revelar sus suposiciones…, pero la noche había cambiado las reglas.
—Ese tal Enzo… ¿no te parece sospechoso?
—¿Enzo? —lo miró entre divertida y desconcertada—. Ilústrame: ¿qué tiene de sospechoso?
Si él quería jugar, jugarían.
Alejandro frunció el ceño.
—Contéstame algo: cuando te fuiste de Muonio, ¿fue él quien te ayudó? ¿También te facilitó los estudios en Frankbram?
—Y si fuera así, ¿qué? —Luciana alzó la barbilla—. ¿Ayudarme lo vuelve sospechoso o un mal tipo?
—¿De verdad no lo ves raro? —insistió él—. Ustedes apenas se conocían. Esto no fue un favorcito: gastó tiempo, dinero, recursos. ¿Qué ganaba a cambio?
Aquella última frase encendió una chispa en los ojos