—¿Adónde?
Él no respondió; tiró de ella y avanzó a paso firme.
—¡No! —Luciana, intuyendo a dónde quería llevarla, se resistió—. ¡Suéltame, Alejandro, no pienso ir!
Alejandro se detuvo en seco.
—¿No quieres?
—No quiero.
—¿Por qué? —preguntó con frustración—. ¿No estabas molesta?
Luciana se libró de su agarre y esbozó una sonrisa amarga.
—¿De verdad crees apropiado llevarme a ver a tu madre cuando sabes que estoy molesta?
Alejandro quedó mudo.
—¿Lo haces solo porque me viste disgustada? —suspiró ella—. ¿Te parece sensato?
—Entonces dime qué hago.
Sabía que no era lo correcto, pero si ahora se marchaba, temía que ella se enfadara aún más.
No entendía cómo había acabado así: solo quería visitar a su madre, se topó con Juana y luego apareció Luciana.
Con la cabeza a punto de estallar, masculló:
—No sé por qué tengo tan mala suerte. Con Juana no hay nada, fue pura coincidencia y justo tú apareces…
Soltó una risa seca:
—Y para colmo, no encuentro cómo explicarlo.
El asunto del accidente apena