Aidan cabeceó en el sofá del salón antes de que Rhia le pateara una pantorrilla sin compasión. Las gemelas no habían dejado de llorar desde el amanecer y para las diez de la mañana se estaba volviendo loco.
—No te creas que vas a hacer eso cuando tengamos hijos, ¡despierta! —y para Aidan aquel fue el regaño más lindo del mundo.
—¿Cuántos vamos a tener? —preguntó con una sonrisa tan amplia que Rhiannon se detuvo frente a él.
—Al paso que vamos, creo que voy a llenarte de cachorros más pronto de lo que imaginas —le respondió y Aidan se levantó, rodeándola con los brazos y besándola.
Estaba a punto de sugerir que le dejaran las bebés a la nana cuando Milo hizo su irrupción en el salón.
«Suéltala, idiota, o voy a buscar la forma de echarte agu