CAPÍTULO 5

¡Era ella! ¡Ella la que estaba muriendo! ¡Ella la que lo estaba llamando! Aidan sentía que todo su cuerpo estaba a punto de explotar por la rabia, por el miedo, por sentimientos que jamás había experimentado y que, por tanto, no fue capaz de identificar en aquel momento.

Con cada segundo que pasaba aquel presentimiento de que iba a morir crecía… pero no era él el que estaba muriendo, y aun así sentía que si esa muchacha desaparecía, él lo haría con ella.

Era una lycan, eso estaba claro por la forma en que la plata la afectaba, lo que era inexplicable era la atracción que él sentía por ella y sobre todo, por qué estaba maldita igual que él.

—¿Será otra víctima del linaje de Isrión? —pensó en voz alta, pero eso no tenía sentido. Si hubiera sido así, su padre la habría protegido en lugar de encerrarla.

No parecía tener más que diecinueve o veinte años. Estaba muy sucia y su respiración era cada vez más irregular, como si en cualquier momento fuera a exhalar su último suspiro.

—¿Hace cuánto que está aquí? —preguntó Aidan girándose hacia el guardia.

—No lo sé… mi rotación en la Atalaya empezó hace poco y ella ya estaba ahí —respondió él.

—¡¿Y hace cuánto que tú estás aquí?! —gruñó el Alfa con frustración, porque nada le molestaba más que no obtener respuestas.

—Hace poco más de cuarenta años.

¡Cuarenta años! ¡Cuarenta años rodeada de plata! Era un maldito milagro que estuviera viva… pero a menos que la sacara de allí, no lo estaría por mucho tiempo.

Aidan reunió todas las fuerzas que aquella celda le permitía y la levantó en brazos, arrastrando los pies hacia la salida. El cambio fue instantáneo, apenas cruzó el umbral de la puerta, su cuerpo regresó a aquella perfecta transformación parcial en la que se fundían sus mejores cualidades como hombre y como lobo; y sintió la fuerza regresar a él mientras bajaba cada escalón de la torre ante la mirada espantada del guardia.

Alejarse de la celda le devolvía poco a poco cada uno de sus sentidos, de su instinto, como si se estuviera desintoxicando, y parecía que a ella le pasaba lo mismo.

Aidan se detuvo justo cuando salió de la torre y la vio abrir los ojos con dificultad. Los tenía muy oscuros y opacos, y vio una pequeña lágrima salir de ellos mientras su pecho subía, intentando buscar aire, como si se hubiera estado ahogando hasta ese momento.

—¡Ey! —la sacudió con suavidad, intentando hacerla reaccionar, pero su cuerpo era peso muerto y sus ojos solo miraban al cielo.

Una sensación horrible de despedida se expandió por el pecho del Alfa, un dolor sordo y desesperado que no podía explicar. No quería que muriera, no tenía ni idea de quién era, pero estaba seguro de que no podría soportar que muriera.

—Oye… muchacha… —jamás en su maldita vida había sido delicado con una mujer, ni con una loba, ¡ni con nadie!… pero con ella no podía comportarse de otra manera.

Sus ojos oscuros se clavaron en él y la vio mover los labios, intentaba hablar, intentaba decirle algo así que Aidan acercó el oído a su boca, y la calidez de su aliento hizo que hasta la última fibra de su cuerpo se estremeciera de placer. ¡¿Qué demonios era aquello?!

—Rak… raks…

Parecía que de un momento a otro iba a desmayarse de nuevo.

—Vamos, chica, despierta, vamos…

—Rak… raksha… —fue todo lo que logró decir y sus ojos se dirigieron al bosque mucho más allá de la Atalaya.

Aidan levantó la vista mirando a la oscura línea de árboles que se veían a través del portón principal, y comenzó a caminar hacia él. Si hubiera podido pensar, se habría dado cuenta de que no lo razonaba, no medía las consecuencias, ni siquiera notaba que estaba liberando a una prisionera de la corona. Solo seguía el instinto de su lobo y ese lo impulsaba irremediablemente a salvarla.

Fuera de la celda de plata.

Fuera de la Atalaya.

Fuera de la prisión.

Fuera de la magia antigua que coronaba aquel maldito lugar.

Aidan estaba a punto de alcanzar el portón principal cuando la vio, paseando con desesperación de un lado a otro de la línea del bosque, a menos de cincuenta metros… aquella loba blanca como la escarcha parecía esperarlo. ¿A él? ¿O a ella?

—¿Raksha? —fue solo un susurro, pero la loba levantó instantáneamente las orejas en señal de reconocimiento y dio un paso para avanzar en su dirección.

 Él cruzó el portón principal y el puente, pero el primer paso que dio al otro lado del foso… El primer paso que el Alfa Aidan Casthiel, heredero al trono de los lobos, dio en tierra del antiguo linaje, fue para caer de rodillas con aquella muchacha en sus brazos.

Ojalá hubiera palabras para describir la sensación de impotencia y de fuerza que sintió al mismo tiempo, pero nada en sus más de seiscientos cincuenta años había preparado al futuro rey para lo que estaba sintiendo.

Cada fibra de su cuerpo, cada pedazo de su alma, parecían crecer, expandirse, potenciarse. Y si hubiera podido verse al espejo se habría dado cuenta de que el azul de sus ojos cambiaba drásticamente a un celeste pálido y brillante. Nunca se había sentido más vivo, más fuerte o más poderoso… y al mismo tiempo tan vulnerable.

Su cuerpo era una masa perfecta de músculos preparados para matar, el mundo le quedaba pequeño, era capaz de inclinar ejércitos ante él… pero debajo de aquella cicatriz, su corazón temblaba por la mujer que tenía entre los brazos. Era ella la que lo hacía sentirse así, era ella la que lo completaba.

Un presentimiento absurdo lo golpeó. ¡No podía ser! ¡Era imposible! ¡Su parte humana y racional lo desmentía, él estaba maldito! Pero su lobo, esa voz que nunca antes había escuchado, parecía gritárselo.

¿Aquella muchacha era… su mate?

¿Así se sentía tener una pareja destinada?

¿Eso era?

La depositó sobre la tierra suave y solo entonces pareció reaccionar. Su cuerpo se arqueó, tenso, y su cabeza se giró buscando a la loba, como si la presintiera.

Aidan jamás pensó que todavía quedara algo de fuerza en ella, pero él mismo no pudo moverse cuando la vio hacer un esfuerzo supremo por levantarse. La vio caminar primero tambaleante, como si fuera un zombi, mientras sus mejillas se llenaban de lágrimas, y después de unos pasos comenzó a correr hacia la loba.

Nunca, ni aunque hubiera tenido miles de años para soñar, el Alfa habría imaginado lo que presenció a continuación. Aquellos dos cuerpos parecían a punto de colisionar en la carrera, y faltando solo un par de metros la muchacha saltó, girándose hacia él, y su espalda chocó contra el pecho de la loba, sumergiéndose en ella, creando un destello de luz que cegó por un segundo al Alfa y al guardia que estaba parado tras él.

Aidan vio cómo el cuerpo de la loba delineaba el de la mujer, desmaterializándose poco a poco, fundiéndose con ella. Podía ver los dedos de la chica moverse dentro de la silueta de luz que eran las patas de la loba, la enorme figura del animal amoldarse y pegarse a su cuerpo como otra piel, una que definitivamente la estaba cambiando.

No sabía si estaba impresionado, asustado o en éxtasis al presenciar una transformación como aquella. Jamás había sido testigo de una fusión, ni siquiera sabía que era posible. La fuerza del cambio mantenía los pies de la chica a centímetros del suelo, como si fuera cualquier cosa menos un ser material.

La vio echar atrás la cabeza y cada milímetro de su piel empezó a cambiar, desde las raíces de sus cabellos comenzó a extenderse un blanco de escarcha, cada rastro de suciedad y sangre parecía ser expulsado de su piel, sus ojos se volvieron de un azul tan claro que casi parecía blanco y cuando por fin la loba desapareció, cuando su espíritu y su cuerpo se perdieron dentro de la mujer, toda la fuerza de su esencia como lycan golpeó a Aidan con la certeza del desastre:

¡Ella era su pareja destinada!

¡La que creía que jamás tendría!

¡La que el linaje de Isrión le había negado!

¡La prisionera de su padre… era su pareja destinada!

Toda la luz que emanaba de aquella transformación pareció desaparecer entonces, y Aidan la vio caer a tierra como si por fin pudiera descansar. Corrió hacia ella, cerciorándose de que todavía estuviera respirando. La muchacha seguía débil y otra vez estaba inconsciente, pero el corazón del Alfa parecía estar, por fin después de tantos siglos, en paz.

—¡Hay que encerrar de nuevo a la prisionera, ahora, que todavía está desmayada! —exclamó una voz cobarde a sus espaldas—. ¡Hay que avisarle al rey Caerbhall de inmediato! ¡Tiene que saber lo que pasó!

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