Me desnude apenas entre a mi habitación; quería un buen baño; me sentía todo pegajoso. La sangre de ese hijo de puta estaba por todo mi rostro y ropa, la cual tendrá que desechar. Si mi madre se daba cuenta, me iba a colgar de las pelotas.
Escuché la puerta abrirse y me di la vuelta. Pia estaba al pie de la puerta; yo me tapé la polla con las manos y la miré.
—¿Qué haces aquí?— Le pregunté, ella desvío la mirada.
—Quería saber cómo estaba —me contestó.
Yo agarré una almohada y me tapé con ella. ¿Acaso ella no podía esperar para preguntar eso? Pia seguía allí mirándome, y la realidad es que se sentía muy incomodo.
—Estoy bien, ¿podrías salir de la habitación? Quiero darme un baño —le pedí.
Ella me dio una ligera sonrisa y caminó a mí.
—Solo está preocupada; lo vi entrar con manchas de sangre y no lo pensé mucho, por eso estoy aquí —me dijo.
Yo no sabía qué contestar a eso. Ella ahora no me parecía tan confiable como antes. Ahora tenía dudas sobre todo lo que me había dicho.
—Sal de mi