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Llegué a casa con rabia, aparqué el coche en la entrada, tomé el vaso y me bajé. Vladislav me miró con el ceño fruncido.

Me acerqué a él y le entregué el vaso. Él lo miró y después volvió a mirarme a mí.

—¿Qué carajos hago con esto? —me preguntó. Yo me encogí de hombros. Si tenía esa cosa otro minuto en mis manos, iba a terminar tirándolo al terrario, y no quería ser tan bastardo.

—Una vez me dijiste que querías una mascota. Pues te he traído una, deberías estar feliz —le dije.

Vladislav negó con la cabeza.

—¿Y la camisa? ¿La diste a cambio del ratón? —me preguntó con burla. Yo no le respondí nada y entré a la casa.

—¿Dónde estabas? ¿Estabas con esa mujer, no? —me preguntó mamá. Yo me acerqué a ella, la cargué y le di un par de besos.

—Hoy te ves más hermosa —le dije.

Ella me dio un par de golpes en el pecho para que la bajara.

—¿Vas a matarme? ¿Eso es lo que quieres? —me preguntó.

Yo la bajé y le sonreí.

—No, pero algún día pasará, así que voy a disfrutar de tus golpes todo lo que se
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