Miré a Jacob, quien estaba poniendo un plato de comida en una mesa que estaba en la habitación. Él me miró, y yo aparté la mirada. Hacía dos días desde lo que pasó con Fabien, y me había negado a comer. Si iba a morir, lo haría a mi manera.
— ¿No vas a comer nada? — me preguntó Jacob.
Lo fulminé con la mirada, y él me gruñó.
— De nada te servirá morirte de hambre. Levántate y come algo — dijo.
Mi estómago traicionero empezó a quejarse, y yo, de mala gana, me acerqué a la mesa y tomé un poco de fruta que había en el plato. Después lo llevé a la boca y lo comí.
— ¿Por qué es así? No lo entiendo — le pregunté.
Jacob respiró profundo y se sentó en una de las sillas. Yo lo miré esperando una respuesta.
— Fabien ha perdido muchas cosas. Ha sufrido lo inimaginable para llegar a ser lo que es hoy. Y aunque no comparto lo que está haciendo contigo, no puedo decirle que pare. Tú de alguna manera hiciste despertar en él algo que estaba dormido, y no sé si es bueno o es malo — explicó.
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