Las primeras horas del amanecer llegaron con esa quietud engañosa que precede a las tormentas.
Había pasado apenas unas horas desde que todo se había derrumbado, y aún podía sentir el olor metálico de las soluciones químicas impregnado en su piel.
El eco del monitor cardíaco de su madre aún resonaba en su cabeza, un pitido constante que se mezclaba con el zumbido eléctrico del pasillo. Había pasado toda la noche sin dormir, observando a través del cristal cómo el cuerpo de Elena parecía luchar contra cada respiración.
Cassandra estaba sentada sola en un banco de madera fuera de la UCI, con el cuerpo encorvado por el agotamiento y los dedos pasando mecánicamente sobre las fotografías viejas de su madre que guardaba en su teléfono. Cada imagen era un recordatorio de tiempos más simples, cuando las sonrisas de Elena no estaban manchadas por moretones ocultos bajo maquillaje cuidadosamente aplicado.
El pasillo estaba prácticamente desierto a esa hora. Solo el zumbido ocasional de las máqu