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Victoria no se fue.

En lugar de salir por la puerta como había sugerido, se giró sobre sus talones y caminó hacia el sofá de la sala. Se sentó con movimientos elegantes, cruzó las piernas, y miró a Cassandra con expresión de satisfacción absoluta.

Como si el apartamento fuera suyo. Como si Cassandra fuera la intrusa.

—No vas a ningún lado todavía, querida. Tenemos mucho de qué hablar.

Cassandra permaneció en el suelo, espalda contra la pared. Su cuerpo se sentía pesado, como si cada músculo hubiera olvidado cómo moverse.

—No tengo nada que

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