56:Lucha de leones.
Entrar a ese lugar fue la sensación más extraña de mi vida. Se sentía frío, como si el aire estuviera concentrado allí y no dejara pasar nada más; era raro, desagradable, y todo tenía un olor tan indescriptible que no lograba identificarlo. Me pegaba a la piel, como un polvo gris que no quería salir.
No sabía a dónde mirar; cada rincón parecía más tenebroso que el anterior. Aunque la casa, a simple vista, se veía maravillosa, no se sentía como tal. Las lámparas brillaban con limpieza, pero la luz era demasiado blanca, demasiado perfecta; las sombras se quedaban pegadas en las esquinas, densas y quietas. Este lugar se sentía como un cementerio a medianoche, con esa sensación de pesadez, de tristeza y de incertidumbre que se te instala en los huesos.
—¿Te gusta? —me preguntó Portelli detrás de mi espalda.
Di un respingo y me di la vuelta para verlo; él aún fumaba, y el humo se le escapaba por los huecos de la nariz como si quisiera dibujar su indiferencia en el aire.
—Esto se siente jus