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Capítulo 6: Dispuesta a Todo.

NARRA CAROLINA.

Esperaba en el camerino, con el corazón latiendo desbocado. No sabía si era ansiedad, miedo o una mezcla venenosa de ambos. Pero lo cierto era que mi presentación había sido un éxito. Podía sentirlo en los aplausos, en las miradas que me desnudaban desde las sombras, en el silencio codicioso que llenó el club cuando bajé del escenario.

La puerta se abrió de golpe. El jefe entró con una sonrisa que apenas podía disimular.

—Ponte esto —me arrojó un abrigo negro de seda—. Sígueme.

Me lo puse en silencio. Ya había aprendido a no hacer preguntas, a obedecer para evitar castigos. A estas alturas, sabía bien que, en este mundo, la sumisión era una armadura.

Subimos por unas escaleras privadas hasta el último piso del club. Nunca había estado allí. La habitación era distinta a todo lo que conocía en ese lugar: paredes forradas en terciopelo oscuro, luces cálidas, una cama king-size cubierta con sábanas de seda negra, un baño completo y un enorme jacuzzi humeante. Lujo. Silencio. Jaula dorada.

—La persona que vas a atender es muy importante. Si lo haces enojar, estás muerta. Recuerda las reglas y tendrás más privilegios —dijo el jefe antes de salir.

Me quedé sola. Caminé por la habitación sin interés. Nada me impresionaba. Yo había tenido mejores lujos. Vi el jacuzzi y, sin pensarlo dos veces, lo llené con agua tibia. El vapor empezó a llenar el aire mientras mi cuerpo, cansado y adolorido, encontraba un respiro. Me sumergí lentamente. Cerré los ojos. El calor relajó cada músculo, disolviendo por un momento la tensión.

Necesitaba un plan. No podía confiar en el azar. Si ese hombre era poderoso, debía atraparlo. Seducirlo. Convertirme en su necesidad. Si lo lograba, podría recuperar mi libertad… y algo más.

Justicia.

La puerta se abrió. No me moví, pensando que ya había llegado mi cliente. Pero fue la Madan quien entró, con paso firme y un paquete entre las manos.

—Veo que estás cómoda, pero no es el momento —dijo, dejando el conjunto de lencería sobre la cama—. Debes estar lista en cinco minutos.

Salí del agua y asentí. Ella me observó, luego se acercó sin invadir mi espacio.

—Te daré un consejo, niña… Si quieres que ese hombre caiga rendido a tus pies…

Hizo una pausa larga, como si sopesara sus palabras.

—Arrodíllate ante él. Muéstrate frágil. Luego… dale la mejor mamada de su vida. A los hombres les encanta tener a las mujeres de rodillas. Haz que sienta que no podrá vivir sin ti. Dáselo toda esta noche. Y te aseguro… te va a querer a su lado.

No dije nada. Casi nunca lo hacía. Pero grabé cada palabra en mi mente. Sabía que la Madan no era una mujer cruel. Solo era una mujer rota que trataba de sobrevivir… como yo.

Antes de salir, se giró hacia mí una vez más.

—Tú puedes, Carolina. Puedo verlo en tus ojos. Sal de este infierno, tu lugar no es aquí.

Me quedé sola otra vez. Miré la lencería que había dejado. Blanca. Delicada. Provocadora.

Respiré profundo.

Mi mirada se suavizó. Debía parecer frágil. Vulnerable. Si ese hombre deseaba una mujer sufrida, temerosa, que buscara protección… la tendría. No por debilidad. Sino porque estaba dispuesta a todo.

Absolutamente todo… por mi libertad.

Me vestí despacio, prestando atención a cada aspecto como si fuera un ritual. La lencería blanca hacía resaltar el tono dorado de mi piel, y las medias que subían por mis piernas aportaban a mi figura un aire de inocencia calculada. Me observé en el espejo por última vez. En esta ocasión, no usaría antifaz. Debía mostrar mi rostro. . .  mi arma más eficaz.

Me acomodé en la cama, cambiando de posición varias veces. Me senté de lado, con una pierna doblada y la otra extendida, tratando de parecer relajada, pero seductora. Frágil, pero segura. Tenía que controlar la situación sin que fuera evidente. Ser una flor marchita, pero con espinas ocultas.

Cuando la puerta se abrió, contuve la respiración.

Él entró.

Era alto. Impresionante. Se vestía con la elegancia de alguien que no necesita demostrar nada. Su mirada exploró la habitación con desdén hasta que se detuvo en mí… y se quedó ahí. Pude sentirlo. Era como si su mirada me desnudara de nuevo, esta vez con más precisión que cualquier mano.

Mi corazón latía rápido, pero mantuve una expresión tranquila. Era atractivo, más joven de lo que había imaginado.  Afortunadamente, no era un anciano arrugado como otros. Sus rasgos eran duros y definidos, con una barba perfectamente recortada. Tenía esa aura de peligro que no se aprende, se lleva dentro. Y eso, lejos de asustarme… me excitó.

Sin decir nada, se quitó el abrigo y lo dejó a un lado. Caminó hacia el minibar, se sirvió un whisky y se sentó en un sofá frente a la cama. Sus movimientos eran ágiles y lentos, como un depredador que sabe que ya ha ganado.

—Eres hermosa, Carola —dijo, con esa voz grave que me hizo estremecer.

Bajé la vista, fingiendo ser tímida. Mostré ojos tristes, los mismos que tantas veces me acompañaron sinceramente. Esta vez formaban parte de mi actuación. Parte del plan. Quería que me viera como algo frágil, como una muñeca rota que él podía arreglar con sus manos.

Pero no era una muñeca. Era explosivo con forma de mujer.

Lo vi sonreír de lado. Me di cuenta. Sabía que no era la primera vez que una chica intentaba parecer delicada ante él. Pero también vi un destello de duda en su mirada. Había algo en mí que lo desconcertaba. Y eso… era positivo.

Terminó su bebida y se levantó.  Comenzó a desabotonar su camisa lentamente, sin decir una palabra. Sus músculos estaban definidos, su piel bronceada y libre de tatuajes. Todo en él transmitía control y poder. Me quedé quieta, mirándolo con la vista baja, pero sin perder ningún detalle.

Cuando estuvo completamente desnudo, regresó a sentarse con la misma calma. Como si su desnudez no fuera más que otra forma de poder. Se sirvió otra bebida.

—¿No hablas, Carola? —preguntó—. ¿Te quedarás callada toda la noche?

Asentí suavemente, no podía hablar era la regla principal, sin interacciones con el cliente. Una respuesta silenciosa, expuesta. Lo observé inclinar levemente la cabeza, lleno de curiosidad, interesado.

Era claro que esperaba que me rompiera. Que le pidiera ayuda. Que le rogara que me sacase de este tormento. Pero no. No todavía. Esta noche no iba a ser de llantos. Esta noche era para vencer.

No deseaba que me rescataran.

Anhelaba controlar.

Quería que ese hombre me anhelara como nunca había deseado a nadie antes. Que sintiera que me necesitaba. Que quisiera tenerme a su lado. No por compasión. . .  sino por necesidad.

Vi el destello en sus ojos. Él lo percibía. Lo sabía.

Yo también.

El desafío había comenzado.

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