NARRA CAROLINA.
El motor del vehículo rugía mientras me transportaban por caminos que no conocía. Sentía el vaivén de la carretera en mi piel, pero mi mente estaba muy lejos de ese asiento trasero. Cerré los ojos y, sin quererlo, me encontré perdida en un recuerdo que todavía me quemaba…Jorge.
Lo conocí en Italia, entre las vides de uno de mis viñedos durante una degustación privada. Recuerdo su sonrisa confiada, su traje a medida y esos ojos verdes que parecían desnudarnos sin previo aviso. Tenía un acento mexicano y una voz que se deslizaba como terciopelo húmedo por mi espalda.
—Soy Jorge Benítez —me dijo, tomando mi mano como si ya le perteneciera.
Caí en su juego sin darme cuenta. Habló de negocios con claridad, pero terminó atrapándome con palabras que eran casi poéticas, me acompaño el resto de la velada y tomamos un parde copas, me deje llevar por su intensa mirada y cuando ya no que daba nadie cerca nos besamos.
Mi cuerpo me traiciono, en cuestión de minutos estaba desnuda en medio del viñedo siendo penetrada por él, fue el mejor sexo que había experimentado, sus brazos me sostenían con fuerza mientras me envestía, quise callar mis gemidos por miedo a ser visto, pero el placer era tal no me importo, acaricie su pecho y este era duro, firme muy bien trabajado, el mordía mis pechos sin dejar de moverse.
—¡Eres exquisita, como un vino añejo! dijo entre jadeos.
Yo alcance mi primer orgasmo aferrada a su espala, la intensidad de este me hizo clavarle las uñas, pero él no se detuvo, coloco mi ropa bajo sus rodillas y levanto mis piernas a la altura de sus hombros, y se comenzó sus movimientos de nuevo pero esta vez de forma circular, eso me estaba llevando al límite, era delicioso sentirlo, y mi cordura se termino de perder cuando en un movimiento rápido me puso boca abajo y se aferró a mis nalgas.
No tenia de donde sostenerme asique enterré mis dedos en la arena, no quería parar, aunque era consiente que al día siguiente tendría ampollas en los dedos.
Esa noche, bajo la luna, no importaron los mosquitos ni el frio. Hicimos el amor con ansia, con deseo, con esa ilusión de libertad que tienen los extraños. Entre los viñedos, envuelta en susurros y gemidos, pensé que empezaba algo nuevo.
Qué ingenua fui, jamás pensé lo que vendría después.
Un mes después, ya me había casado con él, me lo propuso en medio de una cena a la luz de las velas y no me negué, estaba embelesada, enamorada, idiotizada podría decir. Le entregué todo sin sospechar: mis empresas, mi dinero, mi cuerpo, mis días… mi fe. Me dejé atrapar por sus mentiras como una pluma que cae en una tormenta, me cambie de país y hasta delegue mis negocios para tener más tiempo para él, me creía esa historia de que el amor lo podía todo y que cualquier sacrificio era nada cuando estas enamorado y eres correspondido, pues yo de ilusa pensé que el me amaba. Un año después, desperté en un infierno.
Un golpe seco en la nuca me quitó mi libertad y un proxeneta me exploto y humillo sin compasión.
Un frenazo me sacó bruscamente del recuerdo. El coche se detuvo. El guardia abrió la puerta sin gentileza, y lo agradezco, recordar lo idiota que era me revolvía el estómago.
—Bájate. Hemos llegado.
Inhalé profundamente. Mis piernas temblaban, pero me obligué a caminar derecha. Entramos al club por una entrada trasera. El sótano tenía un olor a encierro, a tabaco viejo y perfume rancio, pero me sentía preparada, era como caminar a la guerra con la certeza que se va a ganar.
Caminamos por pasillos estrechos hasta un camerino donde me dejaron sola, sin más indicaciones. El espejo iluminado me devolvía una imagen que apenas podía reconocer. Cabello rubio, una máscara plateada, labios rojos como el pecado. No era Carolina Hilton. Era Carola: la diosa forjada del sufrimiento, lista para atrapar a cualquiera que esté dispuesto a pagar.
Me movía por la habitación como una fiera atrapada. Mis manos sudaban, pero mi mente se mantenía serena. Cerré los ojos, respiré profundamente y recordé quién había sido. CEO. Dueña de un imperio. Fría en los negocios. Astuta para liderar. Esa mujer seguía viva en mí, oculta bajo capas de maquillaje y lencería costosa y esta noche debía usar su fuerza.
—Cinco minutos, Carola. Prepárate —anunció una voz masculina desde la puerta.
Me puse frente al espejo y me hice una silenciosa orden: “Brilla”.
Subí al escenario utilizando una escalera que estaba en la parte de atrás. Las luces me deslumbraron por un instante, pero mi cuerpo sabía cuál era su tarea. Me moví con una confianza que no sabía que poseía. Cada paso era una garantía, cada giro una afirmación. Mis caderas se movían al ritmo de la música, mientras las miradas en la penumbra me observaban intensamente.
Cerré los ojos y me permití olvidar donde estaba, solo guiada por la música, me deje llevar y disfrute del baile, mi escape del infierno en el que me encontraba. El tubo se transformó en mi compañero, subía y bajaba con la destreza de una profesional. No necesitaba hablar. Solo necesitaba movimientos, formas, piel… y fuerza. Porque eso era lo que quería: controlar, estimular, tener sin ser poseída.
Observé los rostros de hombres influyentes, fascinados, en un silencio anhelante. Cada uno representaba una posible salida. Una carta escondida.
Cuando la música se detuvo, el aplauso fue impresionante. Gritos, silbidos, palmas entusiastas. Me quedé en el centro, erguida, desafiante. Había triunfado. Había dejado de ser una víctima, aunque solo fuera por unos minutos, lo había conseguido tenía la atención de todos en el lugar.
El presentador tomó el micrófono con un aire solemne.
—¡Damas y caballeros! ¡Esa fue Carola! Nuestra hada de la noche. Si alguno de ustedes está interesado… ya saben lo que deben hacer.
Me giré con gracia y regresé a mi camerino sin mirar atrás, ahora debía esperar que el mejor postor pagara, la Madan me dio instrucciones precisas, —¡El hombre que veas esta noche será alguien poderoso, usa tu cuerpo para que jamás te olvide, eso te sacara de aquí!!
Cerré la puerta, me dejé caer sobre el sofá y respiré con dificultad. No era por cansancio. Era por adrenalina. Por ira. Por esperanza.
Estaba más cercana.
Más cercana a la libertad.
Más cercana a hacer que los que me hicieron esto pagaran.
Más cerca de mi venganza.
Si tenia que utilizar mi cuerpo para escapar lo haría, ya que si ese maldito solo necesito una noche para enredarme yo puedo hacerlo mejor y juro que el hombre que me tenga hoy será mi esclavo.