En solo dos semanas, Carolina Hilton dejó de ser una figura oscura entre el resto. Su dedicación era intensa, su mirada decidida, asimilaba su nueva realidad y encontró en baile un escape momentáneo, recordaba cada paso de baile, cada truco en el tubo, cada gesto seductor. Tenía una mente estratégica y ahora empleaba esa habilidad para conquistar un entorno mucho más duro que el empresarial.
Las bailarinas con más experiencia comenzaron a mirarla con admiración y algo de celos. Nadie había avanzado tan rápido. Su cuerpo, moldeado con esfuerzo y determinación, se transformó. Sus curvas eran firmes, su movimiento elegante, su mirada cautivadora. Se movía como si siempre hubiera estado destinada a bailar, pero su única motivación era sobrevivir.
Esa tarde, desde un piso elevado del club, el líder del grupo observaba tras un vidrio especial, era un hombre bajo usaba un traje barato y joyas de imitación, era solo un trabajador con ínfulas de dueño. Tenía un cigarro encendido en una mano y un vaso de whisky en la otra. Sus ojos, pequeños y oscuros, seguían cada paso de Carolina con atención.
—¿Esa es la nueva extranjera? —preguntó con un tono distante.
—Sí, señor. En dos semanas ha superado a todas —respondió uno de sus hombres.
—Prepárala para esta noche. Hay una fiesta privada con personas influyentes. Algunos jefes estarán presentes. Quiero verla actuar.
—Como usted diga.
—Y que se tiña el cabello. La quiero rubia. Con máscara. Eso les atrae. Deseo saber cuánto estarían dispuestos a ofrecer por pasar una noche con ella.
Sin más comentarios, el líder dio una bocanada de humo y se marchó. La indicación fue comunicada rápidamente. Esa noche, la Madan asumió el control, realizo llamadas e hizo compras para seguir las ordenes del jefe, todo debía ser perfecto.
—Vamos, tenemos trabajo por hacer —le dijo a Carolina tan pronto como entró en su habitación.
Sin tiempo para dudas, le pasó un conjunto de lencería negra, medias de encaje y unos zapatos de tacón plateados. Luego, llego un estilista profesional. En pocas horas, el cabello castaño de Carolina se transformó en una gloriosa melena dorada. Un rubio platinado que relucía como el oro bajo las luces, le hicieron un maquillaje llamativo y los labios rojos.
—Estás espectacular, cariño —dijo el estilista, aplicándole un brillo perlado en las mejillas.
La Madan se acercó con una crema brillante y comenzó a untársela en brazos, piernas y escote a Carolina.
—Eres una diosa. Esta noche tienes que deslumbrar. Si logras que un jefe se rinda ante ti, puedes alcanzar lo que tanto deseas: tu libertad.
Carolina volvió su mirada hacia ella, atenta.
—¿A qué te refieres?
—Esos hombres tienen poder. Si uno de ellos se siente atraído por ti, podría comprar tu libertad. No sucede a menudo, pero ha pasado antes. Debes ser astuta. Delicada por fuera, perspicaz por dentro.
La idea comenzó a dar vueltas en su mente. ¿Y si era verdad? ¿Y si eso era el primer paso para recuperar todo lo que había perdido? No perdía nada con intentar y si mucho que ganar, sonrió al pensar que podría al fin dejar aquel infierno.
La Madan notó su expresión y sonrió con picardía.
—Falta el toque final —dijo, sacándola de sus pensamientos.
Abrió una caja de terciopelo y sacó un antifaz plateado adornado con pequeñas piedras brillantes. Lo colocó con delicadeza sobre su rostro.
—Te ves deslumbrante. Pero necesitas un nombre. Un seudónimo, algo que atraiga a los hombres. A partir de ahora, serás Carola, hermosa, seductora y aditiva, un lujo que muy pocos se pueden dar.
El maquillador aplaudió suavemente.
—¡Suena genial! —dijo sonriendo—. Carola va a robar muchas miradas esta noche.
La Madan asintió, seria.
—Recuerda: finge que eres frágil. Eso capta su atención. Y si alguien se te acerca. . . no hables. Deben pagar por tu tiempo.
Carolina se miró en el espejo. No reconocía a la mujer que la devolvía la mirada. Rubia, sensual, elegante. Una máscara sobre una herida. Pero una herida que ya no sangraba, pues el dolor sello aquella herida dejando una cicatriz que nunca se borrara.
Cerró los ojos y susurró para sí misma:
—Carola. . .
Esa noche, nacía algo más que un nombre. Nacía su plan. Nacía una esperanza de libertad.