Graciela Montero paseaba de un lado a otro en el amplio espacio de su refugio. Un viejo viñedo reformado en las afueras de Toledo había sido su lugar seguro durante la última semana. Las gruesas paredes de piedra, las persianas metálicas y el sistema de seguridad robusto la hacían sentirse protegida. Encendió un cigarrillo lentamente y observó los monitores que le mostraban cada parte del exterior. Todo parecía estar bien. El informe más reciente mencionaba una explosión en el Café Alhambra, lo que la hizo sonreír.

—Finalmente… —murmuró—. El viejo ya no será un problema más.

Sin embargo, algo no encajaba del todo. Durante horas había intentado contactar a Omar, su socio principal en este plan. Él tenía que confirmarle que Marco Antonio estaba muerto y decirle qué hacer después: acabar con Carolina.

Volvió a marcar su número por quinta vez.

—Nada… —murmuró con frustración—. Ese idiota debe estar borracho celebrando.

Prendió otro cigarro y tomó el teléfono de la mesa. Marcó un número se