Theo
— Nuestro pequeño —reafirmé lo dicho —. Puede que no sea mi hijo, pero yo lo amo como si lo fuera —le tomé el mentón —. A ti también te amo, Emma, y no dejaré que nada malo les pase, ni ahora ni nunca —dejé un pequeño beso en sus labios.
— ¿Me amas? —sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.
— Sí, te amo —volví a besar sus labios —. ¿Quieres saber por qué?
— S-sí —sus ojos marrones se posaron en los míos.
— Porque... no podría decir exactamente el por qué. Solo sé que amo verte sonreír, que tus ojos brillen cuando miras a Oliver o a mí —acaricié su espalda —, la forma en que bailas cuando cocinas, o cómo tarareas canciones cuando crees que nadie a tu alrededor te está mirando —mis manos fueron a su cuello para mirarla mejor —. Amo cómo muerdes tu labio cuando estás concentrada, y cómo balbuceas dormida —me reí —. Pero, sobre todo, amo cómo me haces sentir.
— Theo…
— Eres la única persona que, en veinte años, me ha hecho sentir —sus labios se curvaron —. Jamás supe lo que era el