Indignada

Emma

— ¡Esas son mentiras! —grita mientras se levanta —. Mi hijo no es esa clase de persona; estas son puras patrañas tuyas para alejarlo de su hijo.

— Jamás sería capaz de eso —mantengo mi voz calmada —. Entiendo que no te guste, pero no permitiré que nadie me golpee y menos que mi hijo tenga que verme en esas condiciones.

— ¡Estás mintiendo!

Cuando la gente no tiene argumentos, grita o insulta, por lo que solo la observo tratando de mantener mi compostura.

— Te lo digo una vez más, Emma: o retiras la denuncia o puedes ir saliendo de la casa —subí mis cejas —. Esa casa te la dimos nosotros, así que si sigues con este juego, te quedarás en la calle y vamos a ver si ese con el que sales en todos lados se queda contigo.

Ella me estaba amenazando, en verdad lo hacía.

— María, como voy a juicio con su hijo, no puedo abandonar mi hogar —expliqué —. Pero si usted así lo desea, puede mandar la orden de desalojo; yo se la daré a mi abogado y procederé a hacer lo que él me diga —me levanto —.
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