Sophia recorría las animadas calles de la ciudad en su scooter, con una pila de sus borradores cuidadosamente atada a una bolsa en la parte trasera. Aquel día, había decidido dar un paso importante: postularse para un puesto en el departamento de diseño de la prestigiosa empresa Reeder Corp. Los años pasados en Milán habían agudizado su talento, y aunque estaba nerviosa, sabía que ese trabajo podría marcar un giro en su vida y en la de sus hijos.
El sol brillaba alto en el cielo, cegador en ocasiones, y el bullicio del tráfico hacía que conducir fuera más complicado de lo habitual. Absorbida en sus pensamientos, Sophia no escuchó el sonido de un coche que se aproximaba en una intersección. En un abrir y cerrar de ojos, todo se trastornó.
El scooter golpeó el guardabarros de un coche negro brillante con un ruido sordo, lanzando a Sophia ligeramente hacia un lado. Afortunadamente, sólo sufrió un golpe menor y se reincorporó rápidamente, aunque su bolsa de borradores, mal asegurada, se abrió en el impacto, dejando que sus hojas de diseño se dispersaran alrededor del coche accidentado.
Sophia, aterrorizada, se lanzó a recoger sus trabajos, con el corazón latiendo a mil por hora. —¡Oh, no… no, no, no!— murmuró mientras recogía frenéticamente las hojas.
De repente, la puerta del coche negro se abrió, dejando aparecer a un hombre de traje impecable. Alexander Reed descendió, seguido de cerca por su asistente, Richard. La imponente figura y el aura de carisma natural de Alexander atrajeron de inmediato la atención de Sophia, pero, alterada por el accidente, ella no reconoció de inmediato quién era.
—¿Está todo bien? —preguntó una voz grave y calmada.
Sophia alzó la mirada y se encontró con la de Alexander por primera vez. —Sí… lo siento… lo siento muchísimo. No estaba prestando atención…
Richard, que observaba la escena con atención, se acercó sosteniendo algunas hojas que había recogido. —¿Es su trabajo? —preguntó, extendiendo las hojas.
Sophia asintió, aún agachada para recoger el resto de los documentos. —Sí. Yo… los traía para una entrevista.
Alexander se inclinó ligeramente, recogiendo otra hoja. Su mirada se detuvo un momento en el detallado boceto, y una ceja se alzó levemente en señal de interés. —¿Usted es diseñadora? —preguntó con tono curioso.
Sophia levantó la vista, sorprendida por la pregunta directa. —Sí… bueno, quiero llegar a serlo oficialmente. He estudiado y practicado durante años. Hoy, vengo a postularme para el departamento de diseño de Reeder Corp.
Richard intercambió una mirada con Alexander, y una sonrisa discreta se dibujó en sus labios. —Ha elegido un buen lugar —dijo, señalando los bocetos—. Sus dibujos son impresionantes.
Alexander guardó silencio por un instante, observando fijamente las hojas. —¿Está segura de que todo está bien? ¿No está herida?
Aunque aún sacudida, Sophia hizo un esfuerzo por sonreír. —Sí, estoy bien. Fue culpa mía. Lo siento por su coche.
Alexander se encogió ligeramente de hombros. —No es más que un coche. Lo importante es que usted esté ilesa.
Un instante de silencio se extendió entre ellos. Sophia, sin saber qué decir, se inclinó levemente en señal de gratitud y volvió a recoger sus hojas. —Gracias. Debo irme; ya estoy retrasada para la entrevista.
Alexander y Richard la observaron alejarse, mientras el viento jugaba con un mechón de su cabello. Una vez que ella desapareció de la vista, Richard se volvió hacia su jefe. —Fue interesante, ¿no? Un talento en bruto que llega directamente a nosotros.
Alexander examinó los bocetos que aún tenía en sus manos. —Estos dibujos son notables. Pero algo… Intrigado, Richard esperó a que terminara su frase. —Algo en sus ojos… —murmuró Alexander. Richard frunció el ceño. —¿Cree que la conoce?
Alexander negó ligeramente con la cabeza, como para espantar un pensamiento persistente. —No lo sé. Pero ella me recuerda a alguien.
Más tarde, en su oficina, Alexander estaba pensativo. Miraba por la ventana, con un vaso de agua en la mano. Richard, acostumbrado a leer en sus silencios, se acercó suavemente. —Usted sigue pensando en esa mujer, ¿verdad?
Alexander giró lentamente la cabeza. —Cinco años, Richard. Cinco años y aún no tengo ninguna pista. Sólo un colgante, una promesa… y ese recuerdo vago de una noche.
Richard se sentó en el sillón frente al despacho. —La ha buscado por todas partes, Alexander. Ha intentado todo. Quizás ella no quiera ser encontrada.
—No es eso —respondió Alexander con un tono más firme—. Ella está ahí, en algún lugar. Y le debo cumplir mi promesa.
Richard, aunque empático, trató de inyectar un poco de realismo. —¿Y si ella ya ha pasado a otra cosa? ¿Y si ha rehacido su vida?
Alexander apretó ligeramente los dientes. —Debo al menos saberlo. Saber que ella está bien. Saber que ha encontrado la paz, aunque no sea conmigo.
Richard asintió, respetando su perseverancia. —Y aquella joven de hace un momento… ¿Cree que podría tener algún vínculo?
Alexander se quedó en silencio por un instante, reflexionando. —No lo sé. Pero había algo en ella… algo familiar. Tal vez me esté haciendo ilusiones.
Richard se levantó, posando una mano amistosa sobre el hombro de su jefe. —Finalmente encontrará la verdad, Alexander. Siempre ha sabido qué hacer cuando llega el momento.
Alexander fijó su mirada en el colgante de jade situado sobre su escritorio, con el rostro lleno de determinación. —Espero que tengas razón, Richard.
Sophia ajustó por última vez sus bocetos al entrar en la sala de entrevistas. Tan pronto como cruzó la puerta, su mirada se encontró con la de una mujer a quien reconoció de inmediato: Clara Reynolds. Antigua compañera de universidad, Clara estaba detrás de un escritorio, erguida e imponente. Sus ojos resplandecían con una sorpresa maliciosa, como si viera un fantasma. Clara, que creía firmemente en la información de Anna de que Sophia había muerto años atrás, se quedó inmóvil por un momento antes de soltar una risa amarga. —Bueno, debo estar soñando. ¿Sophia Carter? ¿En serio? ¿Tú, aquí? Creí que habías… desaparecido hace mucho tiempo.
Aunque sintió la animosidad en las palabras de Clara, Sophia se mantuvo calmada. Sabía que Clara nunca había sido amigable con ella, ni siquiera en la universidad, pero no tenía intención de dejarse intimidar. —Hola, Clara. Estoy muy viva, como puedes ver.
Clara frunció el ceño, con un tono más cortante. —Viva, sí, pero pareciera que sigues siendo la misma: llena de ilusiones. Entonces, dime, ¿qué haces aquí?
Sophia depositó delicadamente sus bocetos sobre el escritorio, manteniendo la calma. —Estoy aquí para postularme en el departamento de diseño. He trabajado duro estos últimos años y creo haber adquirido las habilidades necesarias para contribuir a esta empresa.
Clara soltó un suspiro teatral y se acomodó en su sillón, cruzando los brazos. —¿Postularte aquí? ¿Reeder Corp? Te das cuenta de lo competitivo que es este lugar, ¿no? No es para aficionados.
Sophia mantuvo su mirada fija en Clara, negándose a dejar que sus palabras la desestabilizaran. —Lo sé. Y estoy lista para aceptar el desafío.
Clara alzó una ceja, fingiendo diversión. —Ah, ¿en serio? ¿Y qué has hecho todo este tiempo? Porque, honestamente, me dijeron que tú… que ya no existías.
Sophia comprendió de inmediato que Anna estaba detrás de esa falsa información. Apretó ligeramente los puños, pero se mantuvo firme. —He vivido y trabajado en Italia. He estudiado diseño, trabajado en proyectos y perfeccionado mis habilidades.
Clara soltó una risa burlona, inclinándose ligeramente hacia Sophia. —¿En Italia? ¿Y crees que una pequeña escapada al extranjero va a ser suficiente para impresionar a alguien aquí? Honestamente, Sophia, eres muy audaz al pensar que tienes un lugar aquí.
Sophia respiró profundamente, esforzándose por mantener la calma. —Clara, estoy aquí para postularme, no para probarte nada a ti personalmente. Mis dibujos hablan por sí solos, y todo lo que pido es una oportunidad.
Clara fingió examinar los bocetos, hojeando las páginas rápidamente sin prestarles verdadera atención. —Bueno… es… aceptable, supongo. Pero nada excepcional.
Sophia guardó silencio, sabiendo que Clara buscaba simplemente rebajarla. —Escucha, Sophia. Voy a ser honesta contigo. Este tipo de puesto no es para alguien como tú. No es algo personal, por supuesto, pero quizás deberías aspirar a algo… digamos, más accesible.
Sophia sintió cómo su corazón se encogía, pero se mantuvo erguida. —Gracias por tu opinión, Clara. Voy a dejar mi expediente. Estoy lista para demostrar de lo que soy capaz.
Clara respondió con una sonrisa forzada. —Por supuesto, transmitiré eso al equipo.
Sophia asintió, recogió sus cosas y salió de la sala con dignidad.
Tan pronto como la puerta se cerró, Clara dejó escapar un suspiro exasperado, mirando el expediente de Sophia sobre su escritorio. —Qué pérdida de tiempo —murmuró mientras recogía las hojas.
Observó brevemente los bocetos, encogió los hombros y los arrugó ligeramente. Luego, sin mostrar ningún remordimiento, se levantó y los tiró a la papelera bajo su escritorio. —Como si tuviera la menor oportunidad aquí —murmuró para sí misma.
Una sonrisa se dibujó en su rostro, satisfecha de su acto, antes de volver a ocuparse de sus propios asuntos, ignorando por completo los sueños y el esfuerzo que Sophia había invertido en esos dibujos.
La velada estaba en pleno auge en uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad. Las arañas de luz centelleaban, proyectando destellos sobre las paredes adornadas con dorados y frescos elegantes. Los invitados, vestidos con sus mejores galas, se mezclaban en un ambiente donde el lujo y el exceso reinaban en absoluto. Entre ellos se encontraba Alexander Reed, CEO de una empresa floreciente e heredero de la familia más influyente de la ciudad. Su presencia imponente y su carisma natural atraían todas las miradas, pero esa noche, algo en su comportamiento traicionaba cierta agitación. Alexander, acostumbrado a mantener el control en todas las circunstancias, sentía que lo embargaba una extraña torpeza. Vagaba por los pasillos del hotel, tratando de escapar del bullicio del salón principal. Su mente, habitualmente clara y aguda, parecía confundida, y sus pasos, que usualmente eran firmes, se volvían vacilantes. Se detuvo un instante junto a una ventana, observando las luces de la ciu
Unas semanas habían pasado desde aquella noche misteriosa en el hotel. Sophia Carter había intentado retomar el curso de su vida, pero una extraña fatiga y persistentes náuseas matutinas comenzaron a despertar sus sospechas. Aunque nunca lo había imaginado, decidió comprar una prueba de embarazo, con el corazón pesado y la mente atormentada. Cuando vio las dos líneas rojas aparecer en el dispositivo, sintió que su mundo se desmoronaba. La realidad de su situación la golpeó con una intensidad brutal: estaba embarazada, y no tenía idea de quién era el padre . Temblorosa, permaneció sentada en su cama durante horas, mirando fijamente el resultado. Se preguntaba cómo podría comunicarlo a su familia y, más aún, cómo soportaría su reacción. Esa noche, entendió que no tenía más opción. Debía enfrentar a su padre, su madrastra y su hermanastra, Anna. En el amplio salón de la casa familiar, donde los muros estaban decorados con retratos de ancestros y candelabros resplandecientes que hacían
Sophia había desaparecido de los barrios animados desde aquella fatídica confrontación familiar. Era como si se hubiera borrado de la superficie visible de la ciudad, refugiándose en un rincón modesto donde nadie vendría a buscarla. Había encontrado trabajo como empleada doméstica en una pequeña empresa de limpieza. Cada día enfrentaba los dolores físicos y mentales que acompañaban su embarazo, mientras cargaba con el peso del rechazo y de las burlas que le habían lanzado. Los meses pasaban y su condición se volvía cada vez más evidente, pero Sophia, resiliente, continuaba trabajando para ahorrar lo poco que ganaba. Sabía que necesitaba juntar todo lo que pudiera antes de la llegada de su hijo. Sin embargo, a pesar de la dureza de sus días, guardaba en su bolso el colgante de jade que había encontrado tras aquella noche misteriosa. Se había convertido en su único símbolo de esperanza, el único vínculo tenue con un hombre del que apenas podía recordar la mitad. Una mañana de junio,
El sol se deslizaba lentamente por el horizonte en su suave descenso, tiñendo de un cálido resplandor dorado cada rincón del apartamento. La luz, casi mágica en su transición, bañaba la habitación principal donde Sophia se sentaba en silencio, disfrutando de la calma reparadora de aquel espacio modesto que Chris le había prestado tras su hospitalización. Esa noche, a pesar de los ecos del pasado y las memorias conflictivas, todo parecía en apariencia tranquilo. En la habitación contigua, los trillizos dormían plácidamente; sus respiraciones ligeras y rítmicas se fusionaban para formar una melodía sutil y consoladora, un pequeño himno de esperanza en medio del caos que había marcado la vida de Sophia. Sin embargo, en el interior de Sophia, el alma no hallaba reposo. El peso de sus recuerdos, esas verdades ocultas y los silencios que había acumulado, se hacían sentir con fuerza cada vez que su mirada se posaba sobre el colgante de jade que reposaba en la mesa frente a ella. Ese objeto
El sol de la mañana se percibió tímidamente a través de las cortinas del apartamento. Los trillizos se juntan alegremente en una manta en la alfombra, sus risas se mezclan con el traque de los platos que Sophia se escapó. La vida había reanudado una apariencia de normalidad desde el accidente. Chris, fiel a su promesa, había estado presente y protector, convirtiéndose en un verdadero ancla en la tormenta. Esa mañana, estaba parado cerca de la ventana, su mirada fija en la calle de abajo. Parecía reflexivo, casi preocupado. Sophia inmediatamente notó su actitud inusual y puso las placas que sostenía. - Chris, ¿algo anda mal? Se volvió hacia ella, una sonrisa ligeramente triste en sus labios. - En realidad ... tengo algo que decirte. Y ... una propuesta para hacerte. Ella frunció el ceño, intrigado. - ¿Una propuesta? Parece serio. ¿Qué está sucediendo? Chris se acercó a la mesa y tiró de una silla para sentarse. Cruzó las manos sobre la superficie de madera, buscando buenas palab
El día esperado finalmente había llegado. Sophia se despertó antes del amanecer, su corazón latía con la emoción y el nerviosismo. Los trillizos, todavía profundamente dormidos en sus pequeñas camas, eran pacíficas, ignorando la aventura que les esperaba. Chris ya estaba de pie, revisando los documentos y boletos por última vez, su seriedad habitual fortalecía la sensación de una partida inminente. La luz de la mañana comenzó a aparecer en el horizonte cuando el taxi llegó frente al apartamento. Sophia lanzó un último vistazo a la pequeña habitación que había llamado casa. Ella inspiró profundamente, apretando las tiras de su bolso y murmuró por sí misma: "Este es el comienzo de algo nuevo". Chris, ya fuera de instalar asientos de automóvil en el taxi, lo llamó suavemente:- Sophia, ¿estás lista? Ella asintió, tomando suavemente uno de los trillizos en sus brazos. - Sí. Vamos. El aeropuerto era un mundo en sí mismo, con sus luces animadas, sus anuncios regulares y las multitudes
Habían pasado cinco años, casi tan rápido como un soplo de viento. Milán había ofrecido a Sophia y sus trillizos a refugiarse y un nuevo comienzo. Había explorado el mundo del diseño con pasión, según lecciones, creando proyectos inspiradores y encontrando en esta ciudad parte de sí misma que creía perdida. Chris, un compañero fiel y un apoyo inquebrantable, había compartido cada momento con ella, mostrando una extraordinaria benevolencia y paciencia. Pero a pesar de los años y avances, un vacío persistió en el fondo del corazón de Sophia. Este colgante en Jade, esta promesa susurró en una noche lejana, y la pregunta no resuelta de un padre para sus hijos siempre la perseguía. Un día, cuando se dibujó en su pequeño taller, rodeada de la risa de sus trillizos, un pensamiento despejado le pasó a la mente. Era hora de volver. Era hora de enfrentar su pasado. Chris había notado la actitud ligeramente soñadora y preocupada de Sophia en los últimos días. Esa noche, cuando estaban sentados