Sospechas, charlas y más (1era. Parte)
Tres días después
New York
Matthew
Todos sabemos que el pasado es un cúmulo de momentos: algunos buenos, otros nefastos. Hay recuerdos alegres, decisiones torpes, errores que nos marcaron más de lo que quisimos admitir. Pero el pasado, por más que intentemos enterrarlo, siempre encuentra la forma de regresar. A veces lo supera uno con esfuerzo, con tiempo… o simplemente con resignación. Otras veces queda ahí, como un eco molesto en un rincón oscuro de la memoria. Un susurro que no se calla, que aparece en el peor momento, como una sombra que nunca se disipa del todo.
Hay quienes aprenden a golpes. Se levantan con cicatrices, pero con lecciones. Otros arrastran su pasado como si fueran grilletes. Lo esconden, lo niegan, pero los domina. Y están los que deciden ignorarlo, como si nunca hubiera existido, como si enterrar la cabeza fuera suficiente para escapar.
Entendía que el pasado no se borra. Se arrincona. Se disfraza. Pero jamás desaparece. A veces vuelve disfrazado de error, de per