En la boda de su amiga, Amelia conoce a Maximili Miller, un misterioso hombre que trata de buscar conversación con ella. Lo que menos esperó Amelia, fue que días más tardes, aquel hombre empezara a perseguirla y acosarla. Desde apariciones en su trabajo, hasta mantener una persecución con ella en plena calle. Todo llega a su fin cuando ella reune el valor suficiente de confrontarlo, y preguntarle que es lo que quiere de ella. Amelia esperaba cualquier respuesta, menos que Maximili le propusiera ser su esposa falsa. "Será un negocio corto de pocos meses, tendrás una buena remuneración; solo tienes que fingir ser mi esposa, solo tienes que fingir que somos una pareja feliz... luego te irás con tu dinero y jamás volveremos a vernos de nuevo". Lo que comenzó como un particular negocio, terminó abriendo paso a sentimientos que Amelia se negaba a sentir. Sabía que era solo un trato que pronto se rompería, sabía que todo era una mentira, temía enamor de él... porque al final, solo era la esposa falsa de un millonario que nunca correspondería sus sentimientos... ¿O tal vez sí?
Leer másNunca le habían gustado las bodas, de hecho, la única razón por la que Amelia había accedido a ir a aquella boca era porque quien se casaba era su mejor amiga, de lo contrario, se encontraría acostada en su cama lamentándose porque las cortas vacaciones que su jefe le había dado, estaban a punto de terminar.
La razón por la que Amelia detestaba las bodas, era porque le hacían recordar lo sola que estaba. Veintiocho años y cada una de sus relaciones amorosas habían fracasado de una manera tan horrorosa que un día de lágrimas, la mujer había pensado en ir a donde un curandero, en ese instante que lo pensaba, le ocasionó risa, pero en su momento, le pareció una opción con bastante sentido: se había dicho que su poca suerte en el amor solo se podía deber a una clase maldición. Cualquier cita, cualquiera pareja, cualquier esposo… cada uno peor que el otro, le arrancaban su fe en el amor, se la habían arrancado hasta el grado en el que esta apenas existía.
Amelia suspiró cuando vio a su amiga Maribel acercándose a ella, sabía lo que iba a decirle, era como si pudiera leer sus labios antes de que estos incluso se abrieran.
—¡Amelia, querida! ¿Por qué tan sola aquí? —Lo sabía, sabía que exactamente le iba a preguntar aquello—. Únete a nosotros, tal vez encuentres a alguien que te guste entre mi grupo de amigos.
Amelia le dedicó una sonrisa amarga a Maribel, la amaba, pero era tan predecible que hablar con ella carecía de sentido, era la típica persona que creía que la soledad era una maldición, pero Amelia había pasado por tantos desplantes amorosos que empezaba a ver la soledad, no solo atractiva, sino como la única alternativa que tenía, le gustara o no, elegía eso a estar con hombres que la herían siempre.
—Lo dudo —dijo Amelia, removiéndose en su asiento, se encontraba ubicada en la última mesa del lugar, sola, todos estaban agrupados al otro margen de aquel extenso sitio que Maribel había alquilado para su boda—. Sabes que el amor no es para mí —continuó, y, viendo las intenciones de su amiga por empezar a darle aquellas charlas románticas que Amelia se sabía de memoria, decidió continuar—: Además, todos tus invitados lucen demasiado elegantes como para fijarse en mí.
—¡No digas tonterías, Amelia! Luces hermosa hoy, querida, más hermosa que nunca, estoy segura de que al menos a uno cautivarás si vas con nosotros.
Amelia se lo pensó, a su mente llegó la imagen de cuando se había visto al espejo, creía que Maribel solo exageraba para hacer que Amelia se animara, pero no muchas cosas podrían devolverle el ánimo a Amelia, le había dejado en claro a su amiga que solo iba por puro compromiso.
—No lo creo, Maribel, además, ni siquiera soy buena socializando, esas personas solo hablan de coches costosos y de dinero.
—Pero al menos inténtalo, ¿sí?
Amelia suspiró, acariciando su sien con las manos y mirando a su amiga de manera exhausta, para ella era fácil decirle que lo intentara, ella jamás había fracasado en el amor, tenía de novia diez años con ese sujeto, y aquel día se había casado, la sola idea de durar diez años con alguien le resultaba por completo inverosímil, ella apenas, con demasiada suerte, podía mantener una relación por diez semanas.
—Para ti es fácil decirlo, Maribel.
—Tu problema es el pesimismo, Amelia. No sucederá nada si lo intentas, vamos, aunque sea esta vez inténtalo, ¿sí?
Amelia suspiró, jugando con sus dedos de manera rápida. Usando su mano izquierda arrojó su oscuro cabeza hacia atrás, sus ojos color verde se fijaron una nueva vez en Maribel, quien parecía no dejaría de insistir hasta que ella accediera a unirse al grupo de ricachones que hablaban de temas que ella seguro ni siquiera entendería.
—Está bien —accedió finalmente, para luego ponerse de pie—. Pero solo será unos momentos —le aclaró, elevando su mano para mirar la hora—. Tengo que irme en unos treinta minutos.
—¿Por qué tienes que irte? —cuestionó su amiga con una mueca, sabía que Amelia mentía, ella vivía sola y era soltera, el único que podía estarla esperando en su casa era su moribundo gato, ese que desaparecía la mayor parte de la semana—. ¿Quién te está esperando?
—Tengo que ir a visitar a mamá. —Maribel le dedicó una mirada incrédula—. Lo digo en serio, ha estado muy enferma.
—Bien, pero antes, ven conmigo. —La mujer vestida con un despampanante vestido blanco que acariciaba el suelo, sujetó a Amelia por el brazo derecho, casi arrastrándola de manera sobreexcitada hacia el grupo de personas que como Amelia había dicho y supuesto, hablaban de temas que ella ni siquiera comprendía.
Ambas mujeres se acercaron al grupo de personas, Maribel presentó a Amelia, quien de manera tímida saludó a la mayoría de hombres y mujeres del grupo, por unos minutos, toda la atención se mantuvo fija en Amelia, las ganas de salir corriendo, se presentaron con más fuerza que nunca, se prometió jamás acudir a un evento social de nuevo, aunque aquellos pensamientos y promesas se fueron alejando de su mente cuando, con el transcurso de los minutos, las miradas volvieron a sus lugares y ella pudo respirar con mucha más tranquilidad cuando dejó de ser el foco de atención de esas mujeres y esos hombres adinerados, sentía que todos la juzgaban, que todos tenían algo para decir de ella, de la manera en la que vestía, incluso en su manera de pararse, que era distinta a las personas de clases sociales elevadas, ella era una simple mujer que trabajaba en una cafetería, jamás podría comportarse como ellos, y en realidad, no lo quería. Con estos pensamientos en mente y con su amiga Maribel distraída, Amelia se permitió caminar hacia el área de vinos y servirse una copa, la cual bebió con rapidez.
El vino apagaría sus ganas de irse corriendo de allí. Se sentía tan distinta a todos, que ni siquiera podía dar una respuesta a como era posible que Maribel contara con amigos tan ricos, y con otros tan pobres, como ella.
«Supongo se toma un poco de todo», pensó ella, riendo para su interior a medida que llevaba la copa de vino a sus labios.
—Es incomodo, ¿no? —La mujer se removió de manera trémula cuando de repente escuchó a una voz masculina hablarle.
Sus ojos asustados por la manera repentina en la que esa voz había hecho presencia, se dirigieron hacia el lugar de en donde esta venía, mirándole de pies a cabeza: se trataba de un hombre corpulento, que también sostenía una botella de vino mientras la miraba de una manera que sacó una mueca de Amelia.
—¿Qué es incómodo? —Su voz sonó más brusca de lo que había planeado, seguía sin girarse completamente hacia él.
El hombre le dio un trago al vino. La fina barba que cubría su rostro de apariencia perfecta le daba un toque de misterio que fue lo único que ocasionó que Amelia no lo maldijera por haberla asustado.
—Venir a una boda solo.
Amelia asintió de manera pesada. Lo supuso, supuso que alguien más haría un comentario innecesario sobre yendo a una boda sola, ya habían hecho mil en el grupo de personas al que estúpidamente había aceptado unirse, no necesitaba que un estúpido sujeto más que se había acercado a ella sin razón, le dijera algo que ella ya sabía.
—Es incómodo, pero soportable —masculló ella, cubriendo su rostro de una máscara de pesadez, no quería hablar con ese sujeto, y se lo demostró cuando dejó el vaso de vino allí y se preparó para caminar lejos de aquel lugar, hasta que la voz de él la frenó.
—Sé que es soportable, más que nadie lo sé.
La mirada de Amelia se posó en él, curiosidad se vio en sus ojos, ¿acaso un hombre como aquel se encontraba soltero? No podía decir que era el hombre más atractivo que jamás hubiese visto, pues estaría mintiéndose a sí misma, sin embargo, era bastante atractivo y tenía una apariencia elegante, Amelia suponía que le resultaba demasiado fácil conseguir pareja a un hombre como aquel, por lo que, escuchar que él insinuaba también estar solo allí, capturó su atención.
—¿Está solo aquí?
Él le dio un trago más a su vino, para luego mirar a la mujer de pies a cabeza. Era una mujer algo corpulenta, no demasiado alta, con un montón de pequeñas manchas oscuras en sus mejillas, pero, para su dicha, lucían como pecas, lo cual le añadía un toque precioso y cautivador a su rostro tan blanco como la nieve misma.
—Pues sí —respondió él, quitándole la mirada de encima.
—Su esposa eligió quedarse en casa, supongo —dijo Amelia, dejando salir una nerviosa risa que el hombre no correspondió.
—No tengo esposa —murmuró él.
Amelia asintió, sin comprender demasiado bien como aquel hombre tan atractivo podía estar soltero. Aunque eso era lo que menos duda causaba en ella, no podía dejar de preguntarse la razón por la que él, se había acercado justamente a ella. Amelia lo había observado en un par de ocasiones en la boda, él andaba por ahí, parecía buscar a alguien, sus miradas se habían conectado un par de veces, en realidad, más de las que a ella le hubiese gustado.
—Ya veo —le respondió ella, tras analizarlo con la mirada, no era como que le importara demasiado aquella información.
—Supongo que tú tampoco tienes.
—¿Tanto se me nota la soledad en el rostro?
El hombre rió de manera suave.
—No, pero en realidad, creo que venir solo a una boda, es el signo más evidente de que uno está soltero, ¿no es así, señorita?
Ella rió, tenía casi treinta años, había dejado de ser una “señorita” hace un largo tiempo.
—Tal vez, puede ser.
—Supongo que estaba en lo correcto.
—¿En lo correcto sobre qué?
—Sobre que usted es soltera.
Ella enarcó una ceja, ¿por qué a un hombre de aspecto adinerado como él le importaría si ella estaba soltera? Ni siquiera era un poco atractiva, o al menos aquel era el auto concepto que tenía.
—Puede ser.
—Eso es un sí.
—¿Por qué le importa?
—No me importa. Solo estaba tratando de saber algo —le admitió, para luego soltar el vaso de vino—. Dígame, ¿cómo se llama?
—¿Para qué quiere saberlo?
—No haré ningún mal con esa información si es lo que piensa —rió él.
—No he dicho que hará ningún mal, solo que no veo la razón de darle mi nombre a un sujeto desconocido.
Él sonrió.
—Supongo usted era de esas niñas que obedecían de manera demasiado estricta lo de “no hables con desconocidos”. —Amelia no pudo contener una pequeña risa, pero luego volvió a su estado de normalidad, algo le decía que aquel era solo un millonario egocéntrico que buscaba engrosar su ego—. ¿Me equivoco?
—Se equivoca —le contestó ella, buscando retirarse, pero sintiendo el agarre del sujeto en su mano, se contuvo para no soltarse de un fuerte manotazo.
—Necesito saber su nombre.
—¿Necesita? ¿Por qué lo necesita? Usted y yo ni siquiera nos conocemos —le escupió, tirando de su brazo, pero algo le decía que él no la soltaría hasta que ella le diera su nombre, la pregunta era, ¿por qué un completo desconocido estaba tan interesado en su nombre?
—Solo quiero saberlo, es todo.
—No le daré mi nombre, suélteme en este instante o empezaré a gritar.
Él empezó a reírse, todavía sin soltarla.
—Hágalo, grite —la retó, pensando que ella no se atrevería, pero cuando la mujer abrió sus labios, el hombre rápidamente corrió hacia estos, colocando la mano sobre el rostro de la mujer.
—¡No me toque el rostro!
—¡¿Iba a gritar de verdad?!
—¡Usted me dijo que lo hiciera!
—¡¿Qué le hace pensar que hablaba en serio?! ¡¿Quién demonios grita en una boda?!
—¡Yo, si usted no suelta mi mano ahora mismo! ¡Ni siquiera sé quien es, ya déjeme ir!
—Me llamo Maximiliano, es un placer. —Él se calmó de repente, y le tendió la mano, sin soltarle la otra, ella no correspondió el saludo, solo lo miró sin todavía comprender por qué demonios él no la soltaba.
—Yo Amelia —le escupió con esfuerzo, tal vez así él la soltaría de una vez por todas—. ¿Puede dejarme ir ahora?
Él aflojó el agarre lo suficiente para que ella se soltara de un tirón y le mirara con recelo. En realidad, no le sorprendía que un completo extraño la estuviese tratando así, sentía que tenía una especie de imán para atraer a los más particulares hombres, hombres que solo querían jugar con ella, por supuesto, que le prometían todas las estrellas del cielo, y ni siquiera podían brindarle la luz de una relación sana.
—Es un placer para mí conocerla, Amelia.
Ella le miró de pies a cabeza, negó de manera fastidiada y se alejó bruscamente de aquel sujeto, dirigiéndose hacia donde Maribel, que parecía haber observado toda la escena, la sonrisa en su rostro lo revelaba.
—¿Quién es ese loco que invitaste? Me agarró por la mano y me dijo que no me dejaría ir hasta que le diera mi nombre, ¿qué clase de loco hace eso? ¡Ni siquiera lo conozco!
—Se llama Maximiliano, creo… y me preguntó por ti hace un rato.
—¿Qué? ¿Te preguntó por mí? ¿Por qué ese tipo te preguntaría por mí?
Maribel se encogió de hombros.
—No lo sé, en realidad no lo sé, es amigo de mi esposo… es un hombre muy… particular, misterioso, no lo sé, en realidad me alegro de que hayas al menos hablado con alguien más hoy, pero no te recomendaría ponerte en una relación con él.
Amelia miró a Maribel con una mueca de estupefacción.
—¿Pero quién te dijo que yo me voy a poner en una relación con ese sujeto? ¡Lo conozco hace menos de cinco minutos!
Maribel sonrió.
—Yo solo digo —murmuró, encogiendo sus delgados hombros.
El resto de boda transcurrió con normalidad, hasta que llegó el momento de irse, al menos para Amelia, quien, al dirigirse a la salida, no pudo evitar echar un último vistazo al lugar, encontrándose de nuevo con los ojos familiares de Maximiliano, que la había estado observando toda la noche.
Sintió un frío que la volvió trémula, ¿qué miraba aquel tipo en ella? ¿Por qué toda su atención parecía estar fijada en ella? ¿Qué era lo que quería?
—¿Qué es lo que busca de mí? —se preguntó en un susurro, empezaba a sentir un poco de miedo, y fue aquel sentimiento que la obligó a casi salir corriendo del lugar, apenas se había despedido de su amiga, suponía que lo tendría que hacer por llamada, pues difícilmente soportaba ser observada por él de aquella tan particular manera.
Y fue así como Amelia salió del lugar, tomando un taxi con rapidez y montándose en él, sin dejar un segundo de pensar en los ojos de aquel desconocido de nombre Maximiliano.
La vida, le había regalado una oportunidad en forma de contrato, una que había estado a pocos instantes de descartar para siempre. Irónicamente, había sido su enloquecida decisión la que la había salvado de perder a aquel maravilloso hombre que le dedicaba picaronas miradas en el comedor.Ella comprimió una sonrisa, se suponía que no debía hacer aquello cuando su madre y Dylan se encontraban allí, aunque solo ellos podían entender su juego de miradas.Amelia elevó una cuchara hacia los labios de Dylan, quien le regaló una sonrisa. El pequeño sabía como comer por sí mismo, había cumplido cinco años, pero era mejor cuando su madre le daba la comida. Él decía que esta adquiría un sabor más delicioso cuando las manos de "Mermelia" era la que se la daban.Habían transcurrido cinco largos meses desde aquella noche en la que ambos habían decidido ser una realidad. Un anillo enorme relucía en el dedo de Amelia, uno que su esposo le había regalado para terminar de sellar su amor.La mano de Ma
Amelia se meneó de manera nerviosa. Algo le decía que había tomado la decisión equivocada. La decisión correcta no podía sentirse tan amarga. Tan abrasadora, tan dolorosa. Se había enamorado muy pronto de aquel lugar que él le había mostrado, el cual era realmente precioso. La metáfora de las flores, le había ayudado a encontrar algo de sosiego en su corazón. Recordaba como Maximiliano había apuntado al cielo con sus gruesos dedos. "Tu madre es una estrella más, cada vez que mires al cielo, ella estará allí, cuidándote". —Mamá… ¿estás ahí? La voz de Amelia se deshizo en el viento, su mirada se fundió con el cielo. Había cometido un error, pero no creía que pudiese enmendarlo. Él seguro se había percatado de que ella se había ido. Tal vez se encontraba mejor así. Pero… ¿y si ella regresara? ¿Y si él no se encontraba mejor así? Amelia sacudió su cabeza, sacándose esa idea de allí. No había marcha atrás, aunque su corazón rugiera de dolor. Aunque sintiera que no se olvidaría de
Las palabras de Maximiliano, junto con su historia, era algo que todavía retumbaba en la cabeza de Amelia. No podía creer que bajo aquel rostro torpe, atractivo y serio se encontrara una historia así, tan desgarradora.La madrugada la habían pasado juntos, contemplando el amanecer precioso. Amelia atesoró en su corazón aquel tiempo compartido con él, porque sabía que aquello nunca más sucedería.Una semana, siete días completos, aquel tiempo le había tomado llenarse de valor para finalmente decidir que el momento de irse había llegado.Las manos de Maximiliano le rodeaban la cintura, él se encontraba dormido, dormido de verdad; ella había aprendido a discernir entre las veces en las que él fingía dormir y entre las veces en las que en realidad se encontraba sumergido en un sueño profundo. Aquella era una de esas veces.—Maximiliano —susurró, para asegurarse por completo de que él se encontraba dormido; no obtuvo ninguna respuesta más que el vaivén lento del pecho del hombre, que se ha
Maximiliano detuvo su auto, ganándose la mirada de Amelia, habían sido más de dos horas de viaje. Aquel lugar parecía encontrarse en el fin del mundo.—Hemos llegado.Ambos se apearon del auto, caminando hacia el sitio en el que Maximiliano se había construido a sí mismo.—Descubrí este sitio cuando tenía unos diez años —contó—. No me he olvidado de él jamás. —El hombre sujetó a Amelia por el brazo con suavidad, ayudándole a entrar hacia aquel lugar, que parecía una mezcla entre un parque y una zona aislada de la sociedad, ella ni siquiera podía identificar que era, solo podía percibir que las estrellas parecía brillar mucho más desde aquel sitio—. La primera vez que vine, estaba en la escuela, la segunda vez, estaba ebrio, al borde de la muerte.Amelia le miró, sin comprender nada. Él no lucía como un adicto al licor, no lo había visto ni siquiera una vez bebiendo.Ambos se adentraron más en el lugar, lleno de preciosas flores que parecían acariciar el corazón de la mujer.Maximilian
Amelia cayó de rodillas en aquella tumba. El color de la noche cubría su cuerpo en un holgado vestido. La tristeza se apoderaba de su rostro, de sus gestos, de cada una de sus extremidades, de su respiraciones incluso. Jamás se vio a sí misma experimentando un dolor tan profundo como aquel; arrojada sobre aquella oscura tierra, sintiendo como sus rodillas eran lastimadas y escuchando su propio llanto, tan fuerte que parecía ajeno a ella, a medida que sentía la mano de Maximiliano, buscando consolarla.Amelia llevó sus trémulos dedos hacia la tumba, rompiéndose una vez más. Jamás había tenido comportamientos auto lesivos hasta que aquello había ocurrido. No podía verle algún color a la vida cuando su arcoíris había muerto. Pensar en que con un poco más de cuidado, había podido salvarla antes, la mataba. La había matado más de cien veces aquella semana.La mujer dejó las flores favoritas de su madre en la tumba, tragando saliva, intentando regular el flujo de sus lágrimas, pero estas po
Dylan lamió sus pequeños y resecos labios, mirando a su padre, con la poca lucidez que tenía, el hombre acarició su alborotado cabello.—¿Dónde está mamá? —preguntó el pequeño, con aquella inocencia que siempre llenaba de entusiasmo para vivir al hombre.Era de día, uno bien soleado. La fiesta había dejado a todos agotados, incluyendo al pequeño que no se había subido sobre el techo porque le había resultado imposible hacerlo, pero su hiperactividad era la razón por la que había dormido hasta tarde. Eran las once de la mañana y el pequeño Dylan se encontraba con sus ojos apenas abiertos, preguntando por la que creía era su madre.—Ella duerme —le respondió Maximiliano, aunque no tenía sentido y lo sabía: Dylan estaba cayendo profundamente en otro sueño, ni siquiera había escuchado su respuesta—. Duerme como un ángel.Maximiliano cubrió al pequeño con una frisa suave y gruesa, para luego retirarse de allí a paso parsimonioso.La noche de ayer había sido la mejor noche que había tenido
Último capítulo