Fabiola se apresuró torpemente a agarrar una toalla junto a la cama y la usó para tapar la boca de Elián, quien intentaba hablar sin cesar.
Era la primera vez que se enfrentaba a una situación como esta.
Había llegado al límite después de lidiar con todo hasta ahora.
Justo en ese momento, alguien llamó a la puerta. Nerviosa y temblorosa, Fabiola no sabía cómo reaccionar completamente.
Sin embargo, una voz familiar resonó desde afuera: —Fabiola, soy yo.
Fabiola sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo y, casi sin pensarlo, abrió la puerta. Al ver a Benedicto parado allí, sintió una mezcla de sorpresa y emoción, y sin pensarlo dos veces, se lanzó a sus brazos.
Toda la inquietud y el miedo desaparecieron en un instante.
—¿Qué te sucede...?
Benedicto acarició suavemente el delgado hombro de Fabiola, tranquilizándola en voz baja: —Si no viniera, ¿qué harías?
Elevó la mirada y clavó sus ojos sombríos en Elián, quien parecía un gusano.
—Espera por mí aquí, no te vayas.
Luego de asegurarse d