Era temprano por la tarde, y el sol filtrado por las cortinas finas dejaba la sala de descanso con un aire de pereza.
El ambiente, uno de los pocos cuartos de la mansión destinados al uso libre del personal, era pequeño, con un sofá pegado a la pared, dos sillones de tela gastada y una estantería con libros antiguos y juegos de mesa que nadie se atrevía a tocar.
Francine estaba allí sin prisa, en su día libre, recostada en el sofá con un cojín improvisado bajo la cabeza y el celular en la mano.
El sonido de la notificación le heló el estómago antes incluso de ver el nombre.
Natan.
Dudó, pero abrió el mensaje.
“Qué pena, no quería molestarte, de verdad.”
“Solo sentí que después de todo lo que vivimos, merecías algo a tu altura.”
“Pero está bien, si crees que encontraste algo mejor, lo voy a respetar.”
“Solo me entristece ver cómo te convertiste en alguien que responde con frialdad a un gesto sincero.”
“Aunque no quieras saber más de mí, sigo deseándote lo mejor. Siempre.”
Francine solt