El sábado por la noche, el restaurante Conttento desprendía sofisticación.
Velas sobre las mesas, arreglos discretos, camareros precisos.
Ese tipo de lugar donde nadie hablaba fuerte… y todos querían ser vistos.
Natan Ferraz llegó cinco minutos antes. Llevaba un blazer azul marino perfectamente ajustado, el rostro afeitado con precisión quirúrgica y un reloj suizo brillando con la discreción suficiente para parecer casual.
Él no necesitaba extravagancias. Sabía dónde apuntar, cómo moverse, cómo imponerse.
— Señor Ferraz. ¿Mesa para cuatro, correcto?
— Sí. Mi acompañante llega en unos instantes. Puede llevarme.
Lo condujeron a la mejor mesa del salón junto a la bodega acristalada, con vista privilegiada, pero aún así reservada.
Posicionamiento estratégico. Allí sería visto por quien importaba, sin mezclarse con quien no le interesaba.
Los demás empresarios llegaron minutos después.
Natan los recibió con cordialidad firme, sonrisas controladas, elogios puntuales, como quien domina todos