Dorian entró en la oficina con pasos firmes y el ceño cerrado.
La puerta apenas había golpeado detrás de él cuando Cássio ya estaba de pie, taza de café en mano y el sarcasmo listo para disparar.
— ¿Qué pasó esta vez? ¿Ella se largó?
— Buenos días para ti también, Cássio.
— Entonces eso es un “no”. — Dio un sorbo al café, examinando la expresión del amigo. — Pero algo ocurrió. Te lo leo en la frente.
Dorian dejó la carpeta sobre el escritorio con un golpe seco y soltó un suspiro irritado.
— Apareció con un ramo de flores esta mañana.
Cássio arqueó una ceja.
— Ah… ya veo. Y no eras tú el remitente, ¿verdad?
— Bingo.
— ¿Estás celoso?
Dorian le lanzó una mirada de advertencia, pero no respondió. Y el silencio habló por él.
— Hermano, estás perdido en esta historia. Vas a terminar tropezando con tu propio orgullo — murmuró Cássio, regresando a su escritorio con una media sonrisa.
— Sí…
Cássio se detuvo a medio camino, girándose con teatral sorpresa.
— ¿Qué? Perdón, creo que me entró café