Francine se despertó después del despertador, algo que no pasaba desde… bueno, tal vez desde que se mudó a la mansión.
Se estiró con gusto, saltó de la cama de un solo movimiento y fue directo a abrir el armario.
Hoy no era empleada, ni pasante, ni ex de un golpista: era personal stylist de Malu, en misión especial por el centro de la ciudad.
Mientras se cepillaba los dientes, ya armaba el itinerario mental: la tienda de bolsos con liquidación relámpago, el brechó con piezas que gritaban “París”, y aquella vitrina frente a la cual Malu siempre pasaba diciendo “ni valor tengo para entrar”. Hoy, iban a entrar.
En la cocina, el desayuno de ambas parecía más un pre–calentamiento para una fiesta.
Pan calentito, frutas cortadas con cariño, café pasado al momento y risas que podían despertar hasta a Dorian… si estuviera en casa.
— Hoy te dejo elegir las tiendas — dijo Francine con falsa generosidad, untando mantequilla en una tostada.
— Qué honor — respondió Malu riendo. — ¿Debo prepararme p