Ella soltó un suspiro impaciente, cruzándose de brazos.
— Por suerte para ti, no me dio tiempo de escribir nada.
Los ojos de él recorrieron cada centímetro de su rostro, como si intentara medir hasta dónde podía llegar.
— Deberías confiar más en mí.
Ella arqueó una ceja, casi riéndose de la ironía.
— Y tú deberías fingir que no existo. Como siempre fue.
No esperó respuesta.
Giró el rostro y siguió caminando, sus pasos resonando en el pasillo mientras él quedaba allí, quieto, con sus palabras flotando en el aire.
Francine entró en el cuarto y fue directo al baño. Se quitó la ropa como si estuviera arrancándose el día entero de encima de la piel.
Abrió la ducha caliente y dejó que el agua recorriera su espalda, intentando arrastrar con ella la decepción del desfile, el miedo por Natan y la rabia hacia Dorian.
Mientras enjabonaba los brazos, su mente hacía cuentas torpes.
¿Cuántos meses llevaba en aquella casa? ¿Doce? ¿Quince? Más de un año aguantando órdenes secas, miradas afiladas, sil