La puerta de la cocina se abrió de golpe, estampándose contra la pared con tanta fuerza que los frascos en las manos de Malu casi salieron volando.
La empleada dio un salto, el corazón a mil.
— ¡Madre mía, Francine! ¡Vas a tumbar la casa, mujer!
Pero Francine ni escuchó. Entró con los ojos chispeando de rabia, la respiración pesada, el rostro aún encendido de indignación.
Avanzó hacia la encimera como si estuviera a punto de iniciar una revolución.
— ¡Adiós, Malu! ¡Me voy de esta casa! — anunció, tirando el bolso sobre la mesa como si fuera una bomba a punto de explotar.
Malu abrió los ojos como platos, todavía sujetando un tupper con tapa azul.
— ¿Cómo dices?
— ¡Eso mismo que oíste! ¡Yo no le debo nada a nadie! ¡Nadie va a jugar con mi vida mientras yo me quedo quieta sin hacer nada! — empezó a abrir los armarios sin ningún orden, como si buscara algo solo para canalizar la rabia. — ¡Yo vine aquí para empezar de cero, no para ser manipulada por un CEO mimado que cree que puede decidi