Cuando cerraron las inscripciones, el salón ya estaba lleno.
Padres, amigos, fotógrafos, cazatalentos camuflados entre el público, y hasta curiosos que se apretujaban por los pasillos del Lumine Mall para ver el desfile amateur que prometía revelar el nuevo rostro de Montblanc.
Francine enderezó los hombros.
Postura recta.
Barbilla apenas levantada.
Como si llevara una corona invisible.
A su alrededor, otras chicas cuchicheaban nerviosas. Algunas se arreglaban el cabello compulsivamente. Otras contenían la respiración cada vez que anunciaban un nuevo número por el micrófono.
Francine, no.
Ella respiraba hondo, firme, con ese tipo de seguridad que no se aprende: se nace con ella.
Vestía exactamente lo que el reglamento exigía: una camiseta blanca básica, ajustada al cuerpo, y unos jeans skinny que moldeaban sus curvas a la perfección. En los pies, unos tacones negros simples pero precisos. El maquillaje era casi imperceptible, y el cabello suelto caía en ondas naturales sobre sus hombr