Francine estaba frente al espejo, intentando decidir entre un labial atrevido o uno discreto… y fracasando miserablemente en ignorar el frío en el estómago.
La ropa estaba esparcida por la cama, como si ninguna prenda fuera lo bastante buena para lo que estaba a punto de hacer.
Detrás de ella, Malu la observaba con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
— ¿Entonces vas a faltar al trabajo de verdad para ir a ese evento?
— ¡Claro! — respondió Francine, con la mirada firme y el delineado casi listo. — ¿Qué es un día de trabajo comparado con la oportunidad de mi vida?
Malu resopló, lanzándose sobre la cama y haciendo caer una almohada al suelo.
— Pero ¿qué excusa vas a dar si el señor Dorian se entera? Tú sabes cómo es él: rígido, impredecible y… demasiado guapo para alguien que da tanto miedo.
Francine rió, ajustándose el cabello con más determinación que técnica.
— Malu, un problema a la vez. Ahora solo quiero pasar esta prueba.
Se giró, sosteniendo un par de tacones como quien empuñ