Dorian observaba el domo de vidrio en el centro de la sala de reuniones como quien contempla un enigma sin solución.
La máscara dentro, reliquia silenciosa de una noche que se negaba a desaparecer de su memoria, parecía burlarse de él.
—Tal vez ni siquiera la haya visto —dijo en voz baja, casi para sí mismo.
—¿Tu súper indirecta publicada en todos los sitios de noticias de la ciudad? —ironizó Cássio—. Claro, seguro le pasó desapercibida.
Dorian lo ignoró, cruzando los brazos.
—Puede que sí la haya entendido... y simplemente no quiso aparecer.
—O, no sé, tal vez sea una mujer sensata que huyó de un hombre obsesionado que encierra máscaras en redomas —Cássio negó con la cabeza—. Tienes que seguir con tu vida, amigo. Estás empezando a parecer un loco.
Dorian no alcanzó a responder.
La puerta se abrió y la recepcionista anunció la llegada de los inversionistas.
De inmediato adoptó su postura habitual: sobria, poderosa, indiferente.
Uno a uno, los invitados tomaron asiento, hasta que una m