Viktor Volkov
Desperté antes que ella, como casi siempre. El amanecer apenas iluminaba la habitación, pero no me importaba mirar la hora. Tenía a mi esposa entre mis brazos, su cuerpo desnudo envuelto en mi camisa, y eso era lo único que necesitaba para empezar el día.
El aire estaba impregnado del perfume que pedí mandar a preparar con mis esencias favoritas: ámbar gris, notas de oud, vetiver y un toque de tabaco dulce. Masculino. Intenso. El mismo que uso siempre y que a ella le encanta. Desde que Alina me confesó cuánto le gustaba mi olor, ordené que todas las sábanas, almohadas, toallas y hasta las batas fueran perfumadas con esa mezcla. No podía permitir que pasara un solo día sin sentirme cerca, incluso en los momentos en los que no pudiera estar físicamente con ella.
La observé un rato en silencio. Dormía tranquila, con su rostro escondido entre el hueco de mi cuello y su mano descansando sobre mi pecho. Se movió apenas y, con un gesto automático, levantó un poco la camisa para