Alessio.
El dolor es abrumador, como si mi corazón estuviera siendo aplastado por un peso invisible. Cada latido es un golpe brutal que resuena en mi pecho, amenazando con romperme en mil pedazos. El grito que sale de mi garganta es primitivo, una mezcla de desesperación y angustia que parece surgir de las profundidades de mi alma. Mis rodillas ceden bajo el peso de la emoción, y caigo al suelo con un golpe seco, mis manos apretadas contra mi pecho en un intento inútil de contener el dolor que se desborda. La sensación de impotencia es total, como si estuviera siendo consumido por una fuerza que no puedo controlar.
—¡Ginebra! — Grité al cielo mientras algunas lágrimas caían de mis ojos.
Mi mirada se perdía en el vacío, como si la nada misma se hubiera convertido en un abismo sin fondo que me tragaba por completo. La ausencia de Ginebra era como un agujero negro que absorbía toda la luz y la vida a su alrededor, dejándome sumido en una oscuridad total. La pregunta resonaba en mi mente