—Silva siempre fue clara en ese aspecto. Ella no es mi madre y, si bien es cierto que gran parte de mi educación fue llevada por ella, Silva nunca quiso tomar tu lugar, ni lo intentó —se quedó callado unos momentos y suspiró—. Crecí sabiendo quién eras; Silva me hablaba mucho de ti y de cómo luchaste por adaptarte a nuestra cultura, algo admirable cuando fuiste humana… al menos eso decía ella —sonrió ampliamente—. Por eso no le digo “madre” ni sus derivados. Honestamente, tampoco es algo que me nazca hacerlo. Le doy gracias por cuidarme y protegerme, pero sé que, si la guerra no hubiera llegado a nuestra puerta, las cosas habrían sido diferentes.
Al oír las palabras de mi hijo, una pequeña lágrima rodó por mi mejilla derecha sin que me diera cuenta a tiempo; solo la sentí cuando ya caía. Honestamente, nunca pensé que Silva conservaría mi memoria viva en él, pero le estoy eternamente agradecida por hacerlo… y por cuidarlo como si fuera suyo.
Rápidamente me limpié la lágrima y tomé aire