El doctor Castillo con una expresión de alivio le sonrío a Gabriela y le dijo, está bien hija, no te preocupes, no tengo nada que perdonarte, ustedes dos heredaron mi carácter terco y necio. Así, que les pido a las dos que por favor terminemos nuestra cena en paz y en armonía.
Gabriela le dio muchos besos en la mejilla y le dijo.
— ¡Por supuesto que sí mi papito bello, te quiero mucho!
— ¡Y yo a ti, a hija mía!
Daniela, que miraba la actuación hipócrita de su hermana, respiro profundo y se fue a sentar y trató de aparentar calma, doblando la servilleta que tenía en las manos. Gabriela se fue a sentar mientras el doctor tomaba la mano de Daniela y le preguntaba.
— ¿Estamos bien, hija?
Ella volvió a la mirada hacia su padre y sonriendo le dijo.
— Tú y yo siempre estamos bien papá.
Él sonrío tomó su mano y la besó.
Gabriela le hizo señas a los dos meseros que se encontraba parados lejos de ellos, esperando que hicieran su pedido.
Los meseros se retiraron, entraron en la cocina, lueg