Capítulo 50
Ella sabía que todas las mujeres que había en el salón estaban muertas de envidia; no por su magnífico vestido, ni por su abundante cabellera castaña, sino porque el hombre con el que estaba bailando era un millonario. Joven, moreno y guapo, su compañero irradiaba seguridad en sí mismo.

El salón de baile del hotel Imperio, en Los Teques, estaba abarrotado de invitados que habían acudido a la fiesta de cumpleaños de Julio Fernández. Todos se divertían a costa del anfitrión y bailaban al ritmo de la música de un famoso conjunto de rock. Y su compañero, cuyo lenguaje corporal no necesitaba traducción. Era obvio que, cuando el baile terminara, Julio pretendía acostarse con ella en la lujosa habitación que le había reservado.

Julio, con ojos ávidos, no dejaba de mirar las curvas de la chica; se movía lo menos posible, apenas lo suficiente para no parecer inmóvil. Una vez que la música cambió a un ritmo tranquilo y erótico, la estrujó con fuerza. No disimulaba su atracción por ella y no le
Maigualida Villalobos

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