~Alana~
Regresamos a la mansión mientras la lluvia allá afuera arreciaba. Las pareces brindaban seguridad y la chimenea en la habitación calentaba nuestros cuerpos fríos.
Estábamos sentados frente a ella, con gasas llenas de sangre esparcidas por la alfombra. Las heridas de Dominic no sanaban, no dejaban de sangrar y eso me preocupaba.
Había sido infligido para hacerle daño, para dejarlo marcado.
—¿Qué te han dicho los sanadores?
—Hasta que la plata no sea removida, no voy a sanar, pero por más tratamientos que he tomado, nada parece cambiar.
Asiento llenando otra gasa de sangre, observando en ella los pequeños puntitos brillantes.
Sabía que él me miraba, sus manos se apretaban en puños en sus rodillas tratando de controlar el no tocarme.
No caigas Alana, no caigas.
«Es nuestro compañero»
«Él nos abandonó»
«No fue su culpa, todo fue una trampa, solo míralo Alana, él de verdad quiere acercarse, solo un poco»
Suspiré pesadamente, sin decir nada más. Sabía que el vínculo no iba a esconde