Ricardo caminaba de un lado a otro, sin poder quedarse quieto. Después de hablar con Marina y William, decidió que lo mejor sería trasladar a Perla a otro hospital, al del Sagrado Corazón, el suyo. Las condiciones y el equipo de allá eran mucho mejores que en el hospital público donde estaba.
Ya con todos los trámites hechos, la ambulancia del Sagrado Corazón los estaba esperando afuera. Cuando llegaron, Ricardo no perdió ni un segundo: organizó un equipo médico completo para hacerle a Perla un chequeo completo. Mientras el proceso continuaba, Perla despertó un momento, pero, como seguía bajo los efectos de los medicamentos, se volvió a dormir profundamente.
Los resultados tardarían algunas horas, así que Ricardo se puso su bata blanca y regresó a la habitación. Al abrir la puerta, se encontró con una escena que ya había imaginado: tres personas sentadas en los sofás del pequeño salón de la habitación, formando un triángulo tenso. Marina y William estaban vigilando a César, que, por su