La pantalla del celular se deslizó hacia arriba, y aparecieron varios mensajes de Ricardo para ella.
—¿Dónde vives?
—¿Por qué te fuiste sin decir nada hace cinco años? ¿Dónde estuviste todo este tiempo?
—¿Dónde vives ahora? Deseo verte.
—Fui a tu casa, pero el casero me dijo que ya te mudaste.
—¿Puedes responderme, por favor? Sé que hice algo mal, aunque ni siquiera sé qué fue. Dímelo y yo pues lo arreglaré, ¿ok? Incluso si quieres que muera, al menos dime por qué por favor.
Marina leyó los mensajes, se tiró en la cama y, molesta, se tapó la cabeza con la manta. Al rato, sintió calor y se la quitó de golpe, despeinándose el pelo recién lavado.
¡Ay, qué pesado es Ricardo! Si lo hubiera sabido, le habría dado un número falso.
¡Qué fastidio!
Agarró el celular y le respondió, furiosa:
—Ricardo, eres un completo desgraciado, a lo bien que sí. Andas con otras viejas y todavía te atreves a molestarme. Si sigues mandándome mensajes para joderme la vida, te juro que te blo