Las palabras de Teresa fueron cortadas de golpe por la voz resonante de César.
—No estás bien de salud. Voy a poner a alguien que te lleve a casa.
Teresa no podía quedarse aquí. Si Lorena regresaba y la veía, se enojaría. Ella se pondría celosa. Cuando Lorena volviera, él no la alteraría más. Las mujeres embarazadas no debían alterarse ni enojarse. No, incluso después de que diera a luz, él no la haría enfadar nunca más.
Si ella no quería guardaespaldas, él no los contrataría. Si quería casarse, se casarían por la iglesia y por lo civil. Si quería salir a trabajar como pintora, él la apoyaría por completo.
En resumen, él la consentiría en todo. No volvería a ser dominante ni controlador.
—César… —Teresa no quería rendirse y trató de decir algo más.
—Rajiv, llévala afuera —ordenó César en voz alta hacia la puerta.
Rajiv abrió la puerta y entró.
—Señorita Teresa, por favor.
Después de que Teresa se fuera, Rajiv regresó a la habitación.
—Llévate la sopa —ordenó César.